1. Ya soy el puto del equipo (XVIII)


    Fecha: 17/03/2021, Categorías: Anal Autor: janpaul, Fuente: CuentoRelatos

    El triste regreso a casa.
    
    Todo acaba, y después de tanto desenfreno, había que acabar con todo aquello e irnos a casa. La verdad es que nos fuimos todos por aquello de que las penas fueran menos penas, porque Abelardo y yo nos regresamos al día siguiente después de hablar con el padre de Abelardo.
    
    En efecto, la mamá de Abelardo vino a casa para decirnos que su esposo estaba en casa esperándonos, así que, sin pérdida de tiempo nos fuimos con ella en un taxi que yo había llamado. Llegamos a la casa y los hermanos pequeños de Abelardo, que son cada uno un amor, se alegraron mucho de verlo. Para ellos Abelardo estaba muy cambiado, porque ellos lo vieron por última vez ensangrentado y siempre vistiendo con ropa similar y ahora lo veían un poco más fuerte, robusto, aunque delgado, pero no flaco y con ropa de verano muy a mi estilo, jeans y camisetas. Nos habíamos puesto un jean sin desgastes cada uno y una camisa de manga corta a cuadros, Abelardo en rojo con gris y negro y yo en verde con azules y negro. Sí, parecíamos hermanos, pero a esa altura nos importaba poco ya que fuéramos amigos, hermanos o novios. Ibamos a volver a las paces con el padre a Abelardo y su mamá fue la medianera. Pero el padre de Abelardo no estaba en casa. Su madre se puso a llorar y apareció la hermana mayor de Abelardo, Ifi o Ifigenia, que se abrazó a su hermano y le dijo:
    
    — Me alegro mucho de verte, pero papá se ha ido porque es un cobarde; él quisiera volver en paz pero ganando…; si yo fuera tú ...
    ... me olvidaría de papá, no te merece…
    
    — Ifi, mira mi mamá como llora y sufre, antes prefiero una nueva paliza de papá que el sufrimiento de mamá, —respondió Abelardo abrazando a su madre y llenándola de besos.
    
    — Eso te honra, Abe, pero papá no te merece, hermano, —dijo su hermana.
    
    Los niños pequeños se pusieron a llorar al ver a la mamá llorando y mi corazón se acongojó y me dije: «¿Para qué he venido yo aquí? Alguna razón ha de haber que me haya metido en este asunto». Le dije a Abelardo que consolara a su mamá y hermanos y a su hermana le dije:
    
    — Ifi, ¿quieres salir conmigo a la calle un momento?
    
    Salimos y allí le pregunté:
    
    — Es una pena que nos conozcamos en estas circunstancias pero creo que debemos aprovecharlas, ¿sabes donde puede estar tu papá?
    
    — Sí, claro que sí, donde se refugia siempre, en el bar, luego vendrá a casa a matarnos a todo el mundo, pero su cobardía se lo impide.
    
    — ¿Me quieres acompañar al bar?
    
    — Voy contigo, pero a darle una paliza a ese viejo de mierda, —dijo Ifi.
    
    — Y ¿qué ganas con eso? Vamos a conversar con él y a darle esperanza…
    
    — Vamos, pero no sacarás nada en limpio de ese hombre…, —comentaba Ifigenia.
    
    Llegamos al bar y en efecto, en la barra, con la cabeza gacha estaba delante de un chato de vino a medio tomar. Me puse a su lado en silencio. Se acercó el barman y me preguntó que deseaba.
    
    — ¿Cuántos lleva?, —pregunté señalando el medio chato.
    
    — Es el primero…, pero cuidado, está muy nervioso…
    
    — Pon dos, ...
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