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Aquellas pajas
Fecha: 09/04/2021, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... otras veces. Pero como venía de la calle, llevaba puesta una falda y debajo, como poco después pude comprobar, no llevaba pantis, sino unas bragas. Al momento comencé mi lento acercamiento. Aparté la falda con el pié y al ver aquel diferente panorama me excité muchísimo. Después de palpar un rato sobre sus bragas fui tirando de los elásticos para encajarlas en la raja del culo, dejando sus nalgas al aire. Sentir el contacto de la piel de sus nalgas desnudas era fantástco. Me excité tanto que perdí la prudencia. Introduje los dedos del pie bajo el elástico de la braga a la altura del chocho y me puse a acariciarlo. Sentía perfectamente los pelos y la humedad de la raja. Presionando un poco llegúe a sentir con el dedo gordo la viscosa carnosidad de los labios menores. Al notar que mi hermana no podía contener los jadeos y sin medir las consecuencias, le hundí el dedo gordo en la vagina. Ella dio un gemido y tras pensarlo un momento debió considerar que las cosas habían llegado demasiado lejos, así que se levantó y se fué a su habitación. Nunca volví a encontrarla en aquella postura. Hasta el mes de Agosto mis intentos con ella se redujeron a preparar unas cuantas ocasiones para dejarme pillar in fraganti haciéndome una paja en el cuarto de baño (lo cual a mi excitaba muchísimo). Pero ella siempre reaccionaba cerrando rápidamente la puerta y más tarde haciendo como si no hubiese visto nada. Entretanto me ocurrió algo que desvió mi atención hacia otra mujer. Debido a mi ...
... casi exclusiva dedicación a la masturbación y a las revistas pornográficas, el curso académico empezó a irme mal. Tuve que asistir a clases de recuperación. Entre otras debía ir dos veces por semana a clases de recuperación de sociales. Las impartía una profesora de unos treinta y cinco años que era la admiración de todos los chicos del colegio (era un colegio solo de chicos que solo impartía EGB y yo asistía al penúltimo curso). Cuando entré el primer día la señorita aún no había llegado. Me enteré de que solo seríamos seis alumnos en total y que los otros cinco eran habituales de aquella clase. Al principio, estos me miraron mal, pero luego ante lo inevitable de mi incorporación, me dieron un turno a suertes. Yo pregunté para qué era el turno y entonces me explicaron de qué iba el tema. Por lo visto la señorita era una calientapollas que aprovechaba aquellas clases con aquel grupo reducido de alumnos para practicar un sutil y disimulado exhibicionismo. La mesa de los profesores se encontraba sobre una tarima a la que se subía mediante un par de escalones. Las rodillas del profesor, cuando este estaba sentado, quedaban a la altura de las cabezas de los alumnos. En estas clases, este pequeño grupo se turnaba para ocupar el pupitre de la primera fila que se encontraba frente a la mesa del profesor. Cuando entraba la señorita se sentaba en su silla y empezaba a cruzar y a separar las piernas las veces necesarias para que la falda se le remangara hasta bien arriba de sus muslos. ...