1. Me devoró el gitano


    Fecha: 16/06/2021, Categorías: Sexo Interracial Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Bajé del tren en Apeadero de Playa, a unos 23 kilómetros al sur de Barcelona. Ya le había dicho a mi madre que iba a pasar el día con Rosarito, mi amiga gitana, a la casa que su abuelo, don Rómulo, tiene junto a la Playa.
    
    Iba a ser un día divertido, íbamos a bañarnos en la playa y en la piscina de la casa, y tal vez hasta don Rómulo nos dejase subir a uno de sus caballos.
    
    La primera sorpresa –de las muchas que iba a tener aquel día- fue que fuera de la estación del ferrocarril no estaba mi amiga, pero sí su abuelo, don Rómulo, un hombre mayor, de hecho un anciano.
    
    Siempre había pensado que el viejo gitano me miraba de una manera que impresionaba. Incluso una vez, hacía una semana, le tuve que decir en su casa que no fuese malo, que no se pasase, porque en un momento en que mi amiga Rosarito había ido al lavabo, él me agarró por detrás en la cintura y me dio un gran pellizco en el culo, que me hizo gritar mientras él sonreía con fuego en los ojos. Yo me lo tomaba a broma, no me podía enfadar, porque mi mamá trabaja de cajera en un pequeño autoservicio que es propiedad de don Rómulo, y mi papá conduce un taxi que es de una empresa en la que don Rómulo es uno de los dueños.
    
    Iba vestido con una camisa blanca abierta, mostrando unos collares de oro, unos tejanos con un cinturón adornado y unas botas de montar. Subió a su coche, un Mercedes que yo ya tenía visto, y me hizo gestos de que acercase.
    
    Arrancó el coche. Me dijo que Rosarito había tenido que marchar a ver ...
    ... a su tía Francisca, que se había puesto enferma donde vivía, Mataró, y no vendría hasta la tarde, pero que ya que yo estaba allí, era una lástima perder el día, y ya me acompañaría él hasta que regresase mi amiga. Yo, insegura, le dije que no quería molestarle, que me dejase en la estación del tren para volver a Barcelona, y que ya vendría otro día.
    
    Don Rómulo me miró y me sonrió de forma extraña. Me dijo que yo no molestaba, que no me preocupase, que sería un día muy divertido.
    
    Paramos en una especie de bar-restaurante, donde parecían conocerle muy bien, porque le trataban con mucho respeto. Nos sentamos en una mesa, y al poco rato, teníamos delante un plato de costillas de cordero, otro de jamón serrano, otro de queso y uno de calamares a la romana. Y delante nuestro, dos enormes jarras de cerveza. Yo le dije que prefería una naranjada o agua, pero el insistió en que debía de beber ya cosas de mayor, y, yo que nunca bebía nada con alcohol, tuve que beberme aquella jarra de cerveza. No me gusta mucho, pero, bueno, por lo menos estaba fresca.
    
    Poco después, entró en una especie de camping, en el que había un gran número de caravanas, algunas parecían ocupadas, la mayoría cerradas o abandonadas. El vigilante de la entrada le saludó con mucha educación y casi diría yo que con miedo. Me sorprendió que no hubiésemos ido a su casa, y se lo dije, pero me contestó que allí había hoy una reunión familiar, que me encontraría incómoda entre tanta gente, y que ya iríamos a la ...
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