1. A la rusita no le importa nada


    Fecha: 08/11/2017, Categorías: Sexo con Maduras Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    Ese día quería salir a bailar, tomar y fumar como hacía rato lo andaba necesitando. No podía ser que con 22 años, unas tetas prodigiosas y un hambre de pija que se me cuela por los poros, esté solita y sin sexo!
    
    Es cierto que tengo unos kilitos demás, que me falta culo y que me hice mierda el pelo de pendeja con las tinturas. Pero eso no le da derecho a mi cuerpo de privarse del goce que puede proporcionarle una rica garchada.
    
    Por eso, el sábado previo al día de la madre salí a romper la noche. Como ninguna de mis amigas estaba con ánimos de fiesta, unas por sus exámenes y otras porque sus machos las tienen cortitas, preferí no perder el tiempo.
    
    Me vestí sin bañarme, porque justo ese puto día a los municipales se les dio por cortar el agua y la luz. Al menos pude lavarme la cabeza con agua fría.
    
    Como a las 12 de la noche entré a un bar y me tomé dos birras con unas papas.
    
    Al rato caminé entre la gente indecisa, las parejas amojonadas, los guachos que buscan impresionar con sus motos ruidosas al pedo, las chetitas que critican a otras pibas, y todo tipo de música mezclada en el centro de la ciudad.
    
    Llegué a un boliche, en el que me pidieron documentos porque no me creyeron cuando les dije que tengo 22. Pedí un cuba libre y me puse a mover la cintura en medio del vaho de la gente acalorada que colmaba la pista. En ese momento no divisé ninguna cara conocida.
    
    Me le hice la enojada a un pibe que me re manoseó el culo, y más tarde le dije que no a un grupito ...
    ... de vagos que me querían invitar a un trago si yo me los tranzaba.
    
    Sentí varios bultos durísimos contra mi cola, los que se me apoyaban y refregaban sin resistencias de mi parte.
    
    Varias manos se agolparon en mis tetas en el frenesí del bailoteo, la música electrónica al palo y los empujones de los que iban a la barra, al baño o al patio a fumar un puchito.
    
    Luego vi cómo un flaco le comía la boca a una coloradita, y sentí ganas de sumarme a ellos.
    
    Cuando se me antojó una cerveza caminé a la barra para hacer la fila, y en el trayecto no pude ignorar a una pendeja que estaba tumbada sobre la falda de dos melenudos, boca arriba y con las tetas casi al aire. Los dos se las manoseaban y, el más bonito le subía la pollerita. Incluso la escuché quejarse:
    
    ¡Paren boludos, que toda la gente me va a ver la bombacha!
    
    Al rato vi a una tumberita refregarle el culo a un pibe, perreando mal y empinándose una jarra de Fernet.
    
    Otra pibita bailaba en el medio de una ronda de vagos que la mojaban con espuma azul de cotillón y le desprendían la camisita.
    
    Vi también a dos lesbianas bailando apretaditas y comiéndose delante de un patoba corpulento, a un viejo pagarle un frizze a una guachita a la que pronto se llevó a un rincón del boliche, y a una chica arrodillada con la cara sobre el bulto de un pibe con toda la pinta de ser jugador de fútbol. A ella le vi cara conocida, pero, con su excepción, todos eran absolutamente extraños en mi cerebro.
    
    Estaba sola, cada vez más ...
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