El precio de la infidelidad
Fecha: 13/01/2018,
Categorías:
Gays
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... las fotos. O lo reconocería y luego intentaría convencerme de que entre ellos no hay nada.
–Tengo la impresión de que no es la primera vez que lo hace. Se lo toma con demasiada serenidad, o resignación. ¿Me equivoco?
–No. Acierta. Leonardo siempre ha tenido devaneos ocasionales. Es un hombre muy…, como decirlo, muy viril. Sabe seducir a una mujer. Pero eran aventuras de una noche, o de un fin de semana. Rara vez las volvía a ver más de dos veces.
–Y usted, ¿cómo lo supo? –mi curiosidad me dominó.
–Algunas me las confesó él, arrepentido. Otras las descubrí yo. Por indicios o pruebas evidentes. De otras, fui partícipe; cuando era más joven, claro –encendió un cigarrillo–. ¿Le resulta escandaloso?
–¿Lo de su marido o lo de sus tríos? –empezaba a divertirme.
–Ambos. Puede hablar con franqueza.
–Lo primero es más habitual de lo que la gente quiere reconocer; lo segundo me parece inusual, pero nunca censurable, si uno lo hace con agrado. –Hice una pausa antes de continuar; ella me aguantó la mirada sin ruborizarse–. ¿Y cómo es la relación con su marido?
–¿Quiere decir en la cama? –no parecía molesta ni incómoda.
–Sí, también. Pero me refería en general.
–De respeto mutuo, afecto y apoyo en los momentos difíciles –dio una onda calada y lanzó el humo hacia el techo–. En cuanto al sexo, lo practicamos con regularidad: una vez por semana. Funcionamos bien, dadas las circunstancias: la edad, la rutina. Ya sabe. Aunque eso era andes. Desde hace unos ...
... tres meses…, empeoró.
–¿En qué sentido? ¿Está demasiado fatigado para…?
–Oh, no. ¡Qué va! Leo, en eso, es muy complaciente –contuvo una carcajada; luego se puso seria–. Lo hace, pero sin entusiasmo, sin pasión. Como si estuviera ausente. A veces le falta vigor, o lo pierde. Intenta darme placer por otras vías. Pero me he dado cuenta de que lo único que desea sólo es acabar cuanto antes. ¡Últimamente ni se molesta en fingir su falta de interés! ¡Maldito!
–Comprendo –la interrumpí con el propósito de calmarla. Su voz había subido de tono. Percibí crispación en su rostro.
–Al principio lo achaqué a la edad, al estrés del trabajo, al puro aburrimiento. Incluso me culpé a mí misma, por perder atractivo. Pasé un mes horrible, angustiada por la incertidumbre de no saber qué estaba ocurriendo. Hasta que una noche en la que me dijo que llegaría tarde porque estaba muy ocupado. Fui a su despacho para decirle que no podíamos seguir así… Y estaba cerrado.
–Y cuando él llegó a casa, ¿qué hizo?
–Nada. Hacerme la dormida y agudizar mis sentidos. Venía recién duchado: olía a champú, el muy canalla –se inclinó hacia adelante y me miró intensamente–. ¿Cree que debería haberme enfrentado a él?
–No lo sé. Usted lo conoce mejor.
Tenía la sensación de que cada una de sus palabras, y de sus gestos, estaban perfectamente calculados. Parecía acostumbrada a manejar a los hombres según sus propósitos. Quizás pensaba que ya me tenía comiendo embobado en su palma. Pero se ...