El precio de la infidelidad
Fecha: 13/01/2018,
Categorías:
Gays
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... marca. Tenía su sabor en mis labios, un sabor dulzón y empalagoso.
–¿Quién era, tú mujer? No sabía que estuvieras casado
–Lo estuve. Pero a ella le cuesta asimilar que debe prescindir de mí.
–¿Estás divorciado? ¿Qué ocurrió, te sorprendió con otra?
–Ojalá. No, lo dejamos por diversas incompatibilidades.
–Pues lo siento por ti, y lo siento aún más por ella.
–No lo sientas. Ahora cada uno está mejor. Nuestra separación fue amistosa. Y todavía nos respetamos.
Se agachó a mi lado para abrir el cajón inferior de la mesita. De entre un amasijo de prendas íntimas sacó una braguita azul, ribeteada. Me quedé mirando cómo se la ponía. Sentía curiosidad y excitación. De ser necesario, pensaba ayudarla. Mi verga aún no estaba del todo encogida y ya quería hincharse. Pero consiguió ponérsela; y le quedó bien ceñida, marcando y presionando la abertura de sus labios. Alargué la mano y toqué la tela por encima del pubis. Con el dedo índice recorrí la raja.
–Después de tanta infidelidad, no crees que te mereces otro revolcón. Si me das unos minutos tendré la “pistola lista”.
–No hay más extras, muchacho –dijo dejando el albornoz sobre una cómoda; su cuerpo brillaba como si lo hubiera rociado con brillantina–. Pero si lo necesitas, puedes sacudírtela ...
... mientras me doy crema.
–Prefiero guardar la munición para otro momento.
–Pues vístete y lárgate –dijo de mal humor–. Que tengo mucho en lo que pensar. Si te vuelvo a necesitar, ya te llamaré.
Asentí con resignación y me levanté de la cama. En el bolsillo de mi pantalón aún tenía la mini cámara fotográfica. Le saqué un par de fotos mientras se vestía, sin que se diera cuenta. Una de ellas era para mi colección privada de “hembras peligrosas” que se cruzaron en mi vida; las otras eran por seguridad, para mi protección personal. Desde el primer día seguía pensado lo mismo sobre Estrella: que no se le podía ofrecer la mano, pues te la podía morder; que no era de fiar.
Días más tarde me enteré de que Estrella se había separado de su marido, aunque sin llegar a formalizar el divorcio. Leonardo se tuvo que marchar, no sé si de mutuo acuerdo o bajo amenaza, a un piso céntrico. De golpe, se quedó sin aquello que tanto excitaba y enloquecía a Paula. Podía apostar, diez contra uno, a que no volvería a verlo; se buscaría otro más pronto que tarde. En cuanto a Estrella, podía esperar cualquier cosa: que perdonase a su marido después de pasar un año de dura penitencia (no todo el mundo soporta la vida en soledad), o que lo llevase a juicio para quedarse hasta con sus calzones.