1. Fresita, la Lagarta, la Bicha y yo


    Fecha: 07/02/2018, Categorías: Hetero Autor: Quique., Fuente: CuentoRelatos

    ... cuando de la verga de Quique comenzó a salir leche, me empezó a subir un no sé qué, que sé yo. De repente una explosión... ¡Y un gustazo! El coño que se me empieza a abrir y cerrar y a soltar jugo por un tubo. El gusto llegó a ser tan grande que caí de rodillas. Fue mi primera paja, y fue mirando cómo se pajeaba Quique.
    
    A mí me la puso aún más dura oír lo que le dijera. A La señora Gloria fue como si le dijese que estaba lloviendo. Le preguntó:
    
    -¿Echas mucho moco cuando te corres?
    
    -Muchísimo. ¿Y usted?
    
    -Menos que cuando tenía veinte años. ¿Lo probaste alguna vez?
    
    -Muchas veces, ¿Y usted?
    
    -Yo lo cato siempre. Sabe mejor que la leche de la corrida de los hombres.
    
    -¡¿Saben diferente según el hombre?!
    
    -No, saber saben igual, pero no es lo mismo mamársela a un caramelito que a un hombre maduro. Aunque una vez la leche de un sesentón me supo a miel.
    
    -No me deje con la intriga. ¿Quién fue ese hombre que se corrió en su boca? Y vuelva a explayarse que me encanta como cuenta sus vivencias.
    
    La señora Gloria, sonrió, y le dijo:
    
    -Fue el curandero. Tenía yo diecinueve años. Había escordado un tobillo cerca de donde vivía él. Al verme me ayudó a entrar en su casa. Me sentó sobre una mesa camilla, y con una crema empezó a masajear el tobillo para poner bien el tendón que se había salido de su sitio. Lo puso bien. Del tobillo subió por la pierna arriba hasta llegar al lado de mi coño. Masajeó la ingle izquierda, y sin venir a cuento la derecha, luego las ...
    ... dos y mis muslos. Vio la humedad en mis bragas blancas. Me preguntó si me quería correr y yo, caliente como estaba, le dije que sí. Me dijo que me echara hacia atrás sobre la mesa camilla. Me quitó las bragas y con dos dedos me masajeó la pepitilla. Le miré para la entrepierna y vi el bulto. Le abrí la cremallera de su pantalón de pana. Saqué la polla, morcillona, y la metí en la boca. Al momento se puso dura. El señor Antonio, metió dos dedos en mi coño y comenzó a hacerme una paja. Me pajeó a su ritmo, tocando donde debía de tocar. Cuando sintió que se iba a correr en mi boca, sus dedos, empujando hacia arriba, entraron y salieron a mil por hora de mi coño. Solté una catarata de jugo y sentí un gusto criminal. El curandero, con mi coño aun latiendo, se corrió en mi boca. Su leche, calentita, me supo mejor que ninguna de las que había catado.
    
    Empalmado como un burro, di un rodeo y me puse en la parte de arriba de la cantera, frente a ellas. Asomé la cabeza, como hacían los indios, y vi a la señora Gloria y a Pili, estaban a medio metro una de la otra, de lado, con un codo apoyado en la hierba y una mano debajo del mentón. Se miraban a los ojos.
    
    La señora Gloria, a la que apodaban La Lagarta, era una mujer de cuarenta años, guapa, casada, sin hijos, baja, medía un metro cuarenta y algo, puede que un metro cincuenta, morena, de enormes tetas, con media melena color marrón, ojos castaños y un gran culo. Estaba entrada en carnes. A ver, no estaba gorda, gorda, pero estaba ...
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