1. Bandido: una sensación recurrente


    Fecha: 08/02/2018, Categorías: Lesbianas Autor: cifrada regalo, Fuente: CuentoRelatos

    Me miraba con ojos insistentes, hurgando en mis acciones, hasta que le regresé la mirada un poco sin yo saber qué hacer y apenas alcanzando a expresarle mi extrañeza, a lo cual atinó a decirme 'No te estoy viendo, nada más estoy sintiendo el aire'. El ventilador, que situé apuntando hacia la puerta, estaba soplando directamente en su cara.
    
    El señor Bandido había llegado a casa hacía unos meses. Era usual que mis padres admitieran un desconocido recién salido de la cárcel porque nuestra religión así lo exige: «Ayuda a tu hermano en la necesidad.» Yo nunca había tenido problema alguno con eso, quizá porque desde muy niño me enseñaron mis padres a convivir con los necesitados, aunque tampoco había estado seguro de que eso fuera lo correcto. Menos aún lo pensé adecuado cuando conocí al señor Bandido, que se adueñó de mis espacios tan pronto como ganó confianza dentro de la casa.
    
    En cierto modo percibía una especie de acoso del señor hacia mí. Cuando, por ejemplo, descansaba recostado en el sillón o intentando gozar del pasto húmedo del patio, aparecía él con la sola intención de vigilar mis escasos movimientos. En un principio quise creer incluso que todo era un juego de mi imaginación, sin embargo cada vez lo encontraba observándome con más frecuencia, acechándome como presa de caza.
    
    No quise decir nada a mis padres, ya que de algún modo intuí que pensarían se trataba de un acto de rebeldía. Así que, para ahorrarme disgustos y riñas, decidí hacer frente al señor ...
    ... Bandido yo solo. «Si lo que deseaba el señor era dinero, se hubiera marchado desde mucho tiempo antes», pensé. Bajo ese argumento y con la evidencia de una constante persecución hacia mí, deduje que él deseaba algo más inmaterial e inespecífico.
    
    –Una sensación recurrente. –pensé en voz alta.
    
    Y la sensación tendría que haber sido estimulante, ya que de lo contrario el señor nos hubiera dejado desde los primeros días. Entonces conjeturé repentinamente que quizá él tuviera un hijo y yo se lo recordaba con mi sola presencia.
    
    Surgió en mí un arranque de compasión hacia él. En los días siguientes comencé a mostrarme menos displicente (que a pesar de las circunstancias no lo era mucho) y más afectuoso y cercano. El resultado de todo ello fue recíproco y proporcional, con una persecución menos desde la lejanía y más invadida de palabras. Cuando el señor Bandido me miraba y yo lo descubría haciéndolo, él se acercaba hacia mí para preguntarme algo, aunque fuera tan trivial como «¿Te gusta el pasto?», contestándole yo «¡Ni que fuera una vaca!», tras lo cual nos reíamos juntos.
    
    A raíz de mi cambio de actitud el señor comenzó a recostarse muchas veces en el pasto, justo a lado mío. No decía él nada ni yo le impedía estar junto a mí, ni tampoco le decía nada con tal de no interrumpir aquella paz que posiblemente no había encontrado él desde hacía muchos años. Traté de imaginar, sin éxito, cómo sería estar preso. Me conmovía el señor Bandido, porque era, a mi manera de verlo, la clara ...
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