El preñador
Fecha: 19/03/2018,
Categorías:
Voyerismo
Autor: relator23, Fuente: CuentoRelatos
Hace ya bastante tiempo que busco quedar embarazada, todos mis esfuerzos (y los de mi marido) no han dado resultado. Los médicos dicen que lo que queda es esa técnica nueva a la que no tengo acceso por ser muy costosa. El resultado de mis exámenes y los de mi esposo dicen que somos fecundos, no sabemos qué pasa, pues a pesar de ponerle “empeño” al asunto no he podido procrear.
Un día oí el llamado de mi destino…
-Señora, tengo un libro que estoy seguro le interesará mucho, me dijo a mi paso, en una de las tantas veces que diariamente transitaba frente a su negocio.
-Buenos días, señor, fue lo que le contesté, sin mirarle y sin detenerme, porque temí que me estuviera sonsacando para galantearme.
Soy una señora de treinta y dos años, delgada, ciento sesenta y ocho centímetros de alto; a pesar de que sé que soy bonita y atractiva, no es que esté como para parar el tráfico a mí paso, y siempre hay galanteadores callejeros que se sienten atraídos por mi figura y mi porte.
La maldita idea del libro que me había ofrecido el hombre, se me hizo obsesiva, la recordaba día y noche, no sé por qué razón la relacionaba con el asunto de mi fertilidad.
El, es un hombre mayor, de buena estampa, tiene unos ojos amarillos imperiosos que me subyugan; me atraen tanto sus ojos, que a pesar de que trato de no mirarlo, siempre recaigo. Me observa silenciosamente cuando paso frente a él. Parece una casualidad que siempre esté parado a la puerta de su negocio, de libros usados, ...
... inciensos y piedras de cuarzo, cuando paso frente a ella. Su tienda y la mía quedan cerca y varias veces al día paso frente a su establecimiento para ir a inspeccionar una pequeña sucursal del mío, que monté más arriba, por la misma calle.
La curiosidad fascinaba mi consciencia.
Un día, en el que por casualidad él no estaba apostado a la entrada de su librería, sin pensarlo más, entré.
Como si me esperara en ése preciso momento, salió de las sombras del fondo del local y abrió una puerta que comunicaba con el interior de la casa -de la que su negocio solo ocupaba el zaguán- y me invitó a pasar con un gesto circunspecto. Sin dudar entré, sentí que estaba predestinada desde el principio de la vida a trasponer ese umbral.
El libro, estaba sobre una mesa, único ocupante de su espacio. Me señaló la silla que yo debía ocupar. Actuaba automáticamente, fascinada por su presencia y porque el ámbito que nos rodeaba tenía el candor de lo increado. Era un jardín húmedo y fresco que parecía más alejado -de lo que realmente estaba- del bullicio reinante allá afuera a pocos pasos, ni siquiera era dado imaginar que pudiera existir una tranquilidad tal en otra parte. Era otra dimensión.
Él tomó asiento en la silla enfrentada a la mía. Quedamos separados solo por la mesa y el libro. Éste parecía muy antiguo, forrado en piel y de bordes de un dorado desvaído por el tiempo.
Me indicó que mirara su cubierta. En ella estaba plasmado el dibujo de un feto dentro de una matriz. Levanté ...