1. Lo necesitaba y lo encontré


    Fecha: 24/03/2018, Categorías: Gays Autor: Ana, Fuente: CuentoRelatos

    Hola, me llamo, pongamos Ana. Soy la esposa de un hombre muy conocido socialmente en una ciudad del sur de Galicia, de ahí el pretender preservar mi intimidad. Tengo 45 años y soy madre de familia numerosa. A pesar de ello, mi figura aún hace girar la cabeza a muchos hombres en la calle. De talla tirando a alta, mi rubio cabello cortado en media melenita, enmarca un agradable rostro, donde destacan dos llamativos ojos grises.
    
    Mi marido es un hombre muy ocupado. Entre reuniones, viajes y conferencias, nuestras vidas, inconscientemente se han ido distanciando lentamente. Sexualmente pasamos de tener unas relaciones satisfactorias a pasar semanas sin rozarnos.
    
    Mi mejor amiga, Sonia, con la que no tengo secretos, me recomendó un chat “de salidos” donde ella pasaba buenos ratos. Al principio, bajo un nick que mantenía mi anonimato, solo leía los mensajes en una “sala” de cornudos. Algunos me parecieron espeluznantes, pero otros despertaban mi curiosidad... y algo más. Un día entre los cientos de nicks que llamaban a mi privado, respondí a uno. Era un casado de Barcelona que después de presentarse de una forma educada, fue haciéndome preguntas cada vez más íntimas... En algunas me inventé alguna cosilla, pero cuando me preguntó si estaba sola, fui sincera. Si. Tuvimos una satisfactoria sesión de cibersexo, donde me limité a responder a sus, cada vez más escabrosas, preguntas y a hacer lo que me iba pidiendo. Por supuesto mi cámara estuvo apagada todo el rato...
    
    Se lo ...
    ... conté a Sonia, y me hizo reconocer que lo que me hacía falta era un buen polvo. Ella está separada, tiene 43 años, pero hace casi un año que se acuesta con un maromo de 35 años.
    
    El día 21, me llamó por la mañana y me preguntó si quería comer con ella. Los mayores atendieron a la pequeña y me fui a comer. Solo eso. Para nada sospeché lo que me esperaba. Creí que íbamos a hablar de nuestras cosas. Cuando llegué al restaurante, no estaba sola. La acompañaba su chico, Bruno y ¡Oh, Dios mío!, un cachas de ojos verdes que no había visto nunca y que tenía una edad similar a la de Bruno. Cuando vi a -vamos a llamarle Alex-, y lo guapo que era... me dije, va a pasar.
    
    Nos desplazamos en un solo coche –El mercedes mío quedó discretamente oculto- hasta un pueblecito de la ría donde se comen las mejores ostras. Toda la comida fue un continuo galanteo...y yo me dejé querer. El vino corrió generosamente. Sentía un calorcito en mi bajo vientre... no me acordaba sentir algo así en mucho tiempo... A los postres, el me acarició una mano y no la aparté. Me dio un pikito y lo miré con deseo. Ellos dos, por supuesto, estaban atentos a mi reacción. Sonia dijo: Ahora una siesta sería ideal. Todos apoyaron la idea. Me miraron, miré a Alex y asentí. Sonia palmoteó y dijo ¡Bien, vamos! Ni usamos el coche, el mismo restaurante tiene una preciosa pensión con vistas al mar. Los chicos se levantaron como si estuvieran de acuerdo, pagaron dos habitaciones y subimos los cuatro. A mí me temblaban las ...
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