Viaje al infierno (2)
Fecha: 27/03/2018,
Categorías:
Primera Vez
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... espalda en la pared, sujetándose ella misma a él colgada del cuello masculino y ciñendo con sus piernas las caderas de él. Entonces Günter se soltó los botones del pantalón, se los bajó, así como los calzoncillos, dirigiendo a continuación su más que erecta varonil hombría hacia aquel hoyito tan deseado. Galina la notó. Notó cómo esa barra de carne, echa barra de acero, se deslizaba a través de los vaginales labios y cómo la cabeza de aquella especie de lanza de caballería penetraba en su más honda femineidad. Lo deseaba; lo deseaba ardientemente, como tal vez nunca antes lo deseara. Pero, al propio tiempo, sonaron las alarmas en su cerebro… ¡Aquello era una locura!... Una locura que había que atajar de inmediato. Se bajó de la posición mantenida hasta entonces y se separó de él, mientras decía
Galina calló pero entre sollozos; sollozos espasmódicos que convulsionaban su cuerpo. Günter von Labnitz no dijo nada; ni siquiera abrió la boca. Se subió el pantalón, se arregló un tanto la ropa y, luego, tomó a Galina por un hombro, la atrajo hacia sí y, con infinito amor, cariño y ternura, acarició su rostro, sus mejillas… Los masculinos dedos fueron secando, poco a poco, las femeninas lágrimas. Le arregló la ropa lo mejor que supo, abrochando lo que pudo, luego la besó, estampando en la frente, las sienes, los ojos, el pelo de ella un ósculo de puro cariño y comprensión. Fue un beso de amigo; de hermano, casi, podría decirse; un beso que sólo buscaba el consuelo de Galina, ...
... mitigar ese intenso dolor que la embargaba… Ese intenso dolor que a él mismo le dominaba… Y así, acogida entre su pecho y su hombro, como si ella entonces fuera una niña pequeña, desamparada, tiró de ella, sacándola de aquel callejón al que, con muy distintas intenciones, muy poquito antes la condujera.
Cuando los dos abandonaron la oscuridad de la somera calleja, saliendo de nuevo a la explanada central del espacio que en el campo ubicaba la parte del mando y guarnición soviética, Galina se rehízo casi por completo. Su llanto ya había cesado y, a trancas y barrancas, intentaba recomponer su figura; su porte de comandante en jefe. Se volvió hacia von Labnitz
A lo que el guardia rojo respondió en no mejor alemán
Los días que siguieron transcurrieron, más o menos, como Galina anunciara. El, siguiéndola con la mirada desde el mismo momento en que ella aparecía, cada mañana, por el portalón de acceso al recinto interior de los prisioneros, para la militar formalidad del recuento y las novedades, sin nunca encontrar la mirada, los ojos de ella, fijos en los suyos. Pero lo que no supo entonces es que Galina, realmente, nunca le perdió de vista. Se daba cuenta de la mirada de él, fija en ella. La sentía físicamente, como algo tangible clavado en su ser, en su alma de mujer, y cuando él no lo advertía, le miraba a las claras, sin ambages. Sentía en su alma el dolor de su amado, y ese dolor la desgarraba las entrañas, pero “No puede ser”, se decía, “Esto es lo mejor. Pasará; algún ...