1. La mordedura de la anaconda


    Fecha: 13/07/2017, Categorías: Gays Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos

    ... los testículos sobre el rostro. Estiró del escroto hasta que toda la dúctil carne cubrió gran parte de la cara de la chica, impidiéndole respirar. Tras restregárselo bien, lo apartó y le metió violentamente en la boca su falo, duro como el acero. Empujó ante la indefensión de Vandelha hasta acariciar con sus ingles los labios de la chica. El glande tintineó contra la campanilla y Vandelha creyó que iba a morir ahogada. Vanidad lo extrajo blandiéndolo como un arma triunfal, con su venoso fuste brillando por la humedad de la saliva impregnada con su propio jugo pero, antes de que Vandelha pudiera recuperar el resuello, volvió a insertarlo entre los labios. Embistió con sus caderas, follándosela, como si la boca de la detenida fuera una vagina.
    
    –¡Vamos! ¡Chúpala! ¡Hazme disfrutar, puta!
    
    El enorme trozo de carne entraba y salía virulentamente de la desencajada mandíbula. Cuando creyó que ya no podía más, Vandelha sintió con alivio cómo se detenían las embestidas. El miembro la liberó y ella tosió y escupió. Sus convulsiones apretaban sus tetas contra los huevos de Vanidad.
    
    La Anaconda se levantó para colocarse entre las piernas de Vandelha, abriéndole bien los muslos, situando la goteante polla contra el coño enrojecido.
    
    –¿Quieres que te la meta?
    
    –Sí…
    
    –No te oigo, zorra. Más fuerte. ¿Quieres que te meta mi polla? ¿Quieres que te folle como a una perra?
    
    –¡Sí, sí! Métemela. Fóllame.
    
    De un golpe de cadera la verga penetró con facilidad la lubricada vagina, ...
    ... hasta que los cojones de la capitana hicieron tapón contra los labios del coño. Vandelha emitió un pequeño grito. Vanidad se relamió.
    
    –Eso es, te voy a hacer gritar.
    
    Embistió con toda la fuerza de sus caderas, como una locomotora desbocada, clavándola en lo más profundo de las entrañas de Vandelha. Ésta creyó que el mástil de carne rasgaría el tejido de las paredes de su vagina, como la quilla de un rompehielos, hasta incrustarse en su corazón. No contenta con ello, La Anaconda le abofeteó varias veces el rostro, le estrujo las tetas hasta dejar marcadas en rojo las palmas de sus manos, retorció y tiró de sus pezones hasta casi arrancárselos e, inmisericorde, le azotó el clítoris sin dejar de penetrarla.
    
    –Sí, me gusta verte sufrir. Tu dolor me hace gozar, puta.
    
    Vandelha respondió con una sucesión de gritos y gemidos.
    
    –También te gusta, ¿verdad? Te gusta que te folle. ¿Quieres que siga? ¡Vamos, responde! ¿Quieres que te folle?
    
    –¡Si, no pares! ¡Sigue follándome!
    
    –¿Harás lo que yo te diga?
    
    Vandelha no respondió. Continuó gimiendo y balanceándose al ritmo de las incansables embestidas de Vanidad. Su mirada, fija en la blanca luz del fluorescente del techo.
    
    –¿Quieres que pare? ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué deje de follarte?
    
    –¡No, no pares!
    
    –¿Me obedecerás, entonces?
    
    –Oh, sí.
    
    –¿Sí? ¿Espiarás para mí?
    
    –Sí, sí. Haré lo que me pidas. Lo que sea. ¡Pero no dejes de follarme!
    
    Triunfante, Vanidad se irguió sobre el tembloroso y sudado cuerpo de ...