La mordedura de la anaconda
Fecha: 13/07/2017,
Categorías:
Gays
Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos
– I –
Era evidente que sabía que la vigilaban y que su actitud despreocupada, enervada y un tanto desafiante no era lo sincera que pretendía ser, sino más bien una postura de cara a la galería. Sentada ante la mesa, erguida en la incómoda silla, con los brazos cruzados sobre su generoso pecho y la pierna derecha sobre la izquierda, el rítmico movimiento del pie remarcaba su irritación, mientras lanzaba su enésima y hastiada mirada a las grises paredes sin ornamentación que componían la sala de interrogatorios. Todo ese elaborado cuadro de mujer segura de sí misma y sin ningún temor, no engañaba a los experimentados ojos de la agente que la vigilaba desde el otro lado del falso espejo.
Sin dejar de observar a la detenida, la capitana Vanidad McKenzie se irguió en su silla, que emitió un metálico quejido, alargó la mano de cuidada manicura –sus uñas, ligeramente más largas de lo que marca el reglamento para un agente federal, lucían pintadas de un rojo sangre que, bajo la ahogada y funcional luz de oficina, parecía casi negro– y cogió la taza de café. La aproximó a sus labios pintados con un discreto carmín y dio un largo trago mientras decidía dejar consumirse a la chica unos minutos más en su larga espera: para cuando comenzara el interrogatorio ya estaría madura, igual que una fruta dispuesta a ser arrancada del árbol.
Tras sus años de experiencia sabía que éste sería un trabajo fácil: tras su fachada de mujer guerrera, de outsider, era evidente que se escondía ...
... una chica mimada atrapada en una situación que estaba a punto de desbordarla.
Volvió a arrellanarse en la silla y dejó la taza sobre la mesa abigarrada de carpetas de expedientes, documentos, fotografías, bolígrafos, lapiceros, rotuladores marcadores, pendrives, la placa del FBI de la capitana, unas esposas, una Glock de nueve milímetros dentro de su funda y restos de una hamburguesa, para contemplar con deleite la figura de la detenida, que se fundía sobre la superficie del cristal con su propio y difuminado reflejo. Sin duda era una hembra digna de admirar.
La escasa tela de su atuendo permitía admirar una jugosa anatomía que exudaba toda la vitalidad de sus veinte años. La corta –cortísima– minifalda vaquera de costura deshilachada dejaba al descubierto unas piernas largas y torneadas, mientras que su ajustada camiseta blanca sin mangas –y que sin duda habría necesitado un par de tallas más–, con los botones del escote abiertos, dejaba escaso espacio a la imaginación para admirar los grandes senos que amenazaban con desbordar la apretada tela, al tiempo que los pezones se marcaban como altorrelieves –era evidente la ausencia de sujetador–. La ondulada melena rubia natural, la tez clara, los suaves y redondeados rasgos del rostro y los grandes ojos verdes le conferían –más aún cuando mostraba su impoluta dentadura– el aspecto de un anuncio viviente de cereales americanos, tan sanos como inofensivos… si no fuera por ese gesto de golfilla, ese brillo malicioso en sus ...