1. La casa de huéspedes - mulato


    Fecha: 06/04/2018, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... centímetros de mí hizo que temblara. Mi corazón golpeaba las paredes del pecho tan fuertemente que tal vez él podía escuchar mis latidos. Quedé también en ropa interior, con un slip cuyo color ya no recuerdo, pero que seguramente realzaba mis glúteos, de tal forma que él se quedó viendo mi cuerpo por unos momentos, pero no dijo nada. Se limitó a echarse sobre la cama vecina, con una pierna asomando del borde, sin cubrirse con la sábana ni nada. Allí estaba, a sólo unos pasos, ese cuerpo de gladiador del circo romano, esa estatua de mármol oscuro cincelado prodigiosamente. Había apagado la lámpara, pero del pasillo entraba por la ventana una luz muy débil, que sumía toda la habitación en una penumbra ligera. Durante varios minutos estuve mirando de reojo su cuerpo todo sobre la cama, muy quieto, con el bulto reposando bajo ese calzón blanco nítidamente destacado sobre las sombras. Ese punto se convirtió para mí en algo obsesivo que no me dejaba fijar la vista en otro sitio. Miraba su calzón, y creía adivinar alguna incipiente erección en ese miembro oculto bajo la delgada tela. Su abdomen, visible desde mi puesto de observación, bajaba y subía con un ritmo suave pero potente. Me incorporé, y rocé apenas su pie que sobresalía. El no dijo nada. Me acerqué hasta donde estaba, sentándome en el borde de su cama, y lentamente, con movimientos muy suaves, posé mi mano sobre la punta de ese iceberg níveo que destacaba en la penumbra. El estaba despierto, pero no se movió un ...
    ... centímetro. Su respiración se hizo más rápida y su cuerpo tembló bajo mi mano. Empecé a sentir como crecía debajo de mi palma un volcán ardiente que pugnaba por romper la tela de algodón que aún le cubría. Mi mano se movió lentamente sobre la mata de vellos púbicos ensortijados que rodeaban ese bulto, y me deslicé en la grieta abierta de su slip, provocada por la altura que había alcanzado su miembro. Lo saqué de su envoltura, y se irguió cuán largo era, apuntando hacia el techo como el mástil firme de un velero. El se dejaba hacer, tolerante de mis movimientos. Sólo un murmullo sordo escapaba de sus labios gruesos y entreabiertos, denotando el placer que estaba sintiendo.
    
    Era una verga gruesa y morena, de unos 18 centímetros. Pero no sólo era el tamaño lo impresionante de aquel falo, sino el extraordinario calor que emitía, junto con la humedad pegajosa que empapaba mi mano. Para lubricarlo todavía más le di unos lengüetazos que hicieron que Mario se estremeciera de placer y soltara por primera vez un gemido claramente audible.
    
    Yo, que jamás había hecho semejante cosa, estaba ahí, empujado por una ansia febril, tomando la iniciativa, desnudándolo por completo. Mi frente empezó a perlarse con un sudor fino, refrescante, que aumentaba el mar de emociones desbordantes de esa noche.
    
    A mi lado Mario seguía sin moverse, mientras yo palpaba toda su virilidad. Sus músculos estaban duros, convertidos en piedra. Recorrí con la otra mano libre su vientre, acaricié su pecho y sus ...