La casa de huéspedes - mulato
Fecha: 06/04/2018,
Categorías:
Gays
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... hombros, sus tetillas enhiestas como su miembro. Su cuerpo era digno de cualquier emperador en los tiempos en que aquellos usaban efebos para complacerse. Mejor no lo hubieran esculpido los artistas griegos y romanos que retrataban desnudos a sus dioses. Acaricié sus testículos grandes y redondos y volví a recorrer centímetro a centímetro la altura de su mástil, que volvió a trepidar en mi mano, ensanchándose todavía más.
Me quité el slip y me acomodé de espaldas a su cuerpo. Lubriqué mi orificio con un poco de saliva, e introducí un dedo para ponerlo a punto. La excitación crecía en mí a pasos agigantados. No sabía si aquella enorme verga podía caber en esa posición dentro de mí, si no me lastimaría, si podría clavarme en esa punta inmensa. Coloqué aquel poste en el ojo de mi trasero, y me dejé ir suavemente. Mi culo cedió al primer impulso y sentí cómo se tragaba ese cilindro de carne firme. Subí un poco y luego me dejé caer. Y luego de nuevo.Cada caída me causaba un poco de dolor, pero mucho menos del que hubiera pensado. Y cada vez que bajaba sentía la presión de su cabeza sobre mis adentros. Y el corazón amenazaba con estallar. Y mi cabeza daba vueltas, como si hubiese estado en el centro de un huracán sostenido únicamente por aquel eje gigantesco, duro y a la vez suave.
El no soportó más, y se incorporó. Sin decir una sola palabra se salió de mí, pero aferrándose a mi cuerpo me colocó boca debajo de la cama y levantó enérgicamente mi pelvis, enfocando de nuevo su ...
... sexo contra mi culo. Volví a sentir la penetración, pero esta vez hasta el fondo de mí, hasta sentir sus ingles chocar contra mis glúteos, hasta el clímax total. Empezó a moverse y a bombear con potencia contra mi trasero, y por momentos sentía que empujaba tan hondo, hasta donde no podía meterse más. Se quedaba allí por unos segundos, suficientes para que yo apreciara la dureza de su miembro clavado profundamente en mis carnes, y luego retrocedía un poco para volverse a clavar. Un tiempo interminable duró ese mete y saca, esos momentos de gloria. Sus movimientos poco a poco se aceleraron, y una serie de jadeos cortos, de gemidos ahogados de placer, anunciaron que pronto se vendría. Sus manos se aferraron más fuertemente a mis caderas, y detuvo todo su vaivén. Se aferró a mi miembro, que estaba a mil, y yo sentí que estallaba todo mi ser coordinadamente con el suyo. En un abrir y cerrar de ojos estábamos viajando juntos a un paraíso pletórico de sensaciones placenteras, que nos erizaban la piel y nos hacían entrecerrar los ojos, mientras nuestros gemidos se confundían. Sus fuertes brazos enlazaban mi torso desnudo, y su verga en mi culo descargaba sus últimos efluvios, mientras yo me derramaba sobre la sábana.
Por unos momentos permanecimos así, hasta que él deshizo el abrazo amoroso y se dejó caer a mi lado, extenuado. Yo me acurruqué sobre su vientre, oliendo el intenso aroma que emanaba aún de su sexo que poco a poco iba calmando su furia. El vendaval había terminado.