La Bibliotecaria (Episodio 1)
Fecha: 14/04/2018,
Categorías:
Masturbación
Autor: Sindrome33, Fuente: SexoSinTabues
Mi nombre es Alicia y gracias a Facebook y a todas aquellas asquerosas webs de contactos inútiles con otra gente, se me recuerda constantemente que mi edad son 23 años. No es que viva obsesionada por el control de mi edad siendo tan joven, más bien es el hecho de que últimamente la vida no me demostraba que el paso de los años tuviera un sentido real y valioso. Hasta que me ha ocurrido lo que a continuación os relataré. Vivo en un triste y aburrido barrio marginal de las afueras de una gran urbe, que puede ser la vuestra quizás, o la que tengáis a un cuarto de hora en coche, o aquella que visitáis para hacer las compras y dejaros vuestro dinero en felicidad de plástico. En esa triste maraña de calles y edificios vivo yo. En un piso repleto de gente, de culturas, de idiomas y de resentimientos, con decenas de ojos y paredes observadoras. Llevo viviendo aquí desde que tengo conocimiento de mi propia existencia y poco a poco este bloque de cemento se ha ido convirtiendo en mi triste y vergonzoso destino, atada a las enormes cadenas que la sociedad actual me proporciona y que se enroscan alrededor de mis padres, perdiéndose en el vacío de una hipoteca que, a duras penas, se va pagando mes a mes. Mi barrio es una mierda. Podría vendértelo como un lugar de mestizaje, un paraje de plazas de ocio, una colmena repleta de alegres tiendas y más alegres vendedores. Pero lo cierto es que hoy en día es un lodazal de cemento, humo y melancólicas fachadas simétricas. Las plazas de cemento ...
... borran el recuerdo de los jardines de antaño y los desesperados abuelos dan de comer sus pensiones a las palomas, migajas de pan mediante. Mi barrio es, efectivamente, una mierda. Acabé mis estudios hace ya unos largos 3 años, cuando decidí que aquél ciclo de escaparatismo y diseño de interiores resolvería por completo el resto de mi vida, que me convertiría en una creadora perspicaz e innovadora, que me llamarían de decenas de locales para alegrar sus patéticos escaparates de papel de celofán o que me lloverían las ofertas para decorar la vida del consumidor a mi gusto. Nada más lejos de la triste realidad. Traté de alcanzar mi sueño, me asocié con una amiga nada más salir de la escuela de arte y descubrí, tan sólo dos meses después, que la muy zorra se tiraba a la mitad de nuestros clientes que, tras un par de ligeros polvos, decidían que yo era la que sobraba en aquél proyecto. Olvidé la traición, lloré, soñé y finalmente acabé trabajando durante poco más de un año en el pozo de infección de este podrido sistema: me convertí en cajera de supermercado. Pitido, pitido, buenos días doña Augusta, pitido, caja abriéndose, son diez con cincuenta, que tenga un buen día doña Augusta, que se pudra dentro de bien poco usted y su miserable vida encerrada en ese piso de los años 50 con su gatito Misifús. Contuve lo no escrito y sentí centenares, quizás miles de veces al día el odioso y desquiciante sonido del pitido de la máquina al cobrar cada puerro, cada bolsa de patatas fritas y ...