Mi linda sobrina
Fecha: 23/04/2018,
Categorías:
Incesto
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... importancia ante mi hermano, fingiendo que el origen podría estar en un
desengaño amoroso que se curaría con el tiempo.
Un día escuché la voz de mi sobrina al otro lado del teléfono y parecía al borde
de la desesperación. Me contó entre sollozos que Elena se había acostado con
Fernando, que aquello suponía el final de su "decadencia" por el mundo, que
nunca encontraría a nadie que la quisiera, que se sentía muy inferior a su
amiga... lloraba como una Magdalena y me daba infinita lástima. Traté de
consolarla aventurando que la experiencia de Elena no habría sido muy edificante
y acerté: había sido un desastre.
El preservativo había roto el encanto, él la hizo mucho daño
y no disfrutó nada; pero todo aquello parecía no importarle a Eva, que sufría
más que nada por su orgullo pisoteado y por sus frustradas ansias de tener un
encuentro íntimo con Fernando, o al menos eso creía yo. Cuando le dije que no se
preocupara por Fernando, que ya encontraría otro chico que la quisiera, me
espetó "Fernando es un imbécil, ya no me importaba nada". Me dijo que se había
comprado una caja de anticonceptivos y que iba a empezar a tomarlos. Aquello
sonaba como una amenaza y me maldije por, de alguna forma, haber llevado a mi
sobrina a tal estado de inseguridad que parecía dispuesta a acostarse con
cualquiera con tal de dejar atrás la inexperiencia que tanto complejo la
ocasionaba. Un día coincidimos en la estación y emprendimos juntos el ...
... camino a
casa. La conversación era tensa, pero logramos charlar de cosas intrascendentes.
No me atrevía a preguntarle por su amiga Elena para que no me malinterpretara.
Temía que en algún momento desatara contra mí la batería de
reproches que sin duda merecía, pero no fue así. Al contrario, creía ser
merecedor de una atención mucho más intensa de la que había recibido en el
pasado por parte de ella. Tenía la sensación de que se quedaba mirándome en
silencio. Me hice a la idea de que quizá siempre había sido así, pero yo no
había querido darme cuenta. Yo también la miraba de reojo porque por primera vez
me sentía fascinado por sus delgadas piernas interminables y por su
incomprensible método para introducir una blusa tan ancha como la del colegio
por una cintura tan delgada como una sortija.
Pronto llegamos a su casa, más cercana que la mía. Sabía que sus padres no
estaban, pero no podía soportar la idea de despedirme de ella. Le puse la excusa
de que había comprado un nuevo CD como pretexto para hacerme acompañar hasta mi
piso y ella aceptó sin más preguntas. Recorrimos el trecho hasta mi piso en
silencio, pero durante aquel intervalo de tiempo mi mente urdió las más
disparatadas ideas que jamás se me hubiera ocurrido que podría llegar a
maquinar. De repente parecían no tener importancia nuestros 15 años de estrechos
lazos familiares, mi comportamiento dudosamente honorable cuando ella siempre me
había idolatrado desde ...