1. El autobusero


    Fecha: 17/05/2018, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Cuando yo era niño vivía en las afueras de mi ciudad. Los autobuses que llegaban a mi barrio eran bastante más antiguos y estaban mucho más usados que los municipales, y eso se notaba en las capas y capas de pintura verde que se notaban a la perfección entre los desconchones que jalonaban sin pudor las esquinas. El piso era de madera, de listones atornillados a Dios sabe qué, y recuerdo perfectamente algunos autobuses que tenían agujeros del tamaño de un puño en el suelo, a través de los cuales se veía perfectamente el asfalto. Al moverse el autobús y adquirir velocidad, el efecto era el de un río gris oscuro que se deslizaba a velocidad frenética, y que ejercía un cierto poder hipnótico sobre mi.
    
    Uno de estos autobuses perdió una rueda en una de las bajadas pronunciadas que marcaban el recorrido entre la ciudad y el barrio. Una vecina de mi madre lo contaba después despavorida. En una curva la rueda salió disparada y el autobús se inclinó sobre el lado que había perdido dicha rueda, y comenzó a emitir el chillido metálico que os podéis imaginar, con todo el eje a la vista rozando contra el suelo, y con sus pasajeros vete tú a saber, tirados por el suelo o agarrados a alguna de las barras en el mejor de los casos.
    
    Para llegar al final de su trayecto, la plaza en la que en tiempos daba la vuelta un tranvía, el autobús tenía que alcanzar el final de un repecho en el que había un semáforo, porque la plaza distribuía el tráfico de cuatro calles que se cruzaban en ángulo ...
    ... recto. El repecho marcaba el límite de lo que antiguamente había sido un arroyo, y que ahora mostraba únicamente tuberías tanto de acometida como de recogida de aguas para los nuevos barrios que surgían en los alrededores de la gran ciudad. Era un tramo terrible para cualquier vehículo, no digamos ya para un autobús cargado de viajeros deseando llegar a su destino y más viejo que el canalillo, al que lo peor que le podía pasar era que el semáforo de lo alto se pusiera en rojo, porque entonces al conductor le tocaba parar, pisar el freno permanentemente, tirar del freno de mano con todas sus fuerzas, y aun así estar vigilante de que todo ese armatoste no se fuera para atrás engullendo al coche, que imprudentemente, se podía haber pegado a su espalda.
    
    Aquel día que tampoco se me olvida, el día de mi dieciséis cumpleaños, yo, y el conductor éramos los únicos pasajeros de ese autobús desvencijado y el semáforo tuvo a bien ponerse en rojo. El conductor maldijo la puñetera luz roja y pisó con fuerza el freno para evitar que el autobús rodase cuesta abajo hasta el arroyo. Con un movimiento perfectamente sincronizado, pero que requería muchísima fuerza, puso punto muerto en la caja de cambios y tiró con todas sus fuerzas del freno de mano. En aquellos autobuses el motor estaba en la parte delantera, oculto bajo una tapa con forma de quesera que sobresalía del lado derecho del conductor, y la palanca de la caja de cambios era una barra que salía de la parte trasera de esa quesera y ...
«1234»