1. Nalgona


    Fecha: 08/02/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Las oficinas donde trabajábamos, estaban separadas únicamente por un pasillo, y ya era costumbre que todas las mañanas pasara a tomarse un café conmigo, acomidiéndose a prepararlo y a servir dos tazas, para ella y para mí.
    
    En lo que nos deleitábamos con la espumosa y caliente taza de café, conversábamos de nuestras cosas, en el trabajo y en el hogar. En esa forma me enteré que tenía apenas un año de haber enviudado, y su esposo había muerto en un accidente de tránsito, dejándola sola, con la carga de dos jovencitas, quienes le ayudaban en las labores domésticas, aparte de estudiar, con lo que ella podía tener un trabajo que, aunque no llenaba sus necesidades si le ayudaba a sostener los gastos de la casa y los estudios de las hijas.
    
    Terminábamos nuestros cafés y ella corría hacia su oficina antes de que notaran su ausencia y se hiciera acreedora de una llamada de atención por sus escapatorias.
    
    Estos instantes en los que nos encontrábamos solos, me daba oportunidad de admirar su figura, verdaderamente excepcional, con unas grandes tetas y una cintura breve que hacía resaltar los enormes promontorios de sus nalgas, grandes, redondas, que llenaban los ceñidos pantalones con los que acostumbraba vestir. Sabía lo que tenía y no era nada egoísta para enseñarlo. Cuando vestía de falda, podía admirar sus hermosas, torneadas, y fuertes piernas, además de un bello rostro, con unos ojos claros y unos labios que invitaban al beso, cuando hablaba casi en susurros, muy ...
    ... sensualmente.
    
    Un día que yo andaba más caliente que nunca, la contemplación de sus encantos me había excitado sobremanera, y en un momento determinado en que ella me daba la espalda para preparar el café, no pude resistirme y le di un ardiente beso en la nuca, al tiempo que mis manos atrapaban sus caderas y le ponía entre la ranura de sus nalgas mi enhiesta verga, que amenazaba con romper la bragueta de los pantalones. Ella volvió su cara hacia mí y me obsequió con una sonrisa en la que me daba a entender que eso era lo que esperaba de mí.
    
    -¡Hasta que te animas! –me dijo, coqueta. Ya empezaba a creer que no era yo lo suficientemente atractiva para gustarte, pero que bueno que te decidiste.
    
    Y pasando sus manos sobre el pantalón, me acarició la verga y, arrodillándose, procedió a correr el cierre de la bragueta para liberar al indómito potro que salió bruscamente al encuentro de sus labios, que se apoderaron de él inmediatamente.
    
    Besando mi verga en toda su longitud, deleitándose con el olor excitante que despedía, besaba la cabeza y lo acariciaba tiernamente, lamiéndolo continuamente hasta los huevos.
    
    Después de unos diestros chupetones y unos besos de succión en la cabeza, logró, con lo caliente que me encontraba, que le inundara la boca con un ardiente torrente de leche, que fue absorbido por ella con delectación..
    
    Limpiándome la verga con una servilleta y guardándola, corrió el cierre de la bragueta, dando por terminada con esto la sesión.
    
    Se limpió también los ...
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