Entre cactus y pavimento
Fecha: 12/03/2022,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Vicente84, Fuente: CuentoRelatos
Día martes, pasado el mediodía. El calor del desierto se refleja en el pavimento, impávido e inclemente se deja caer sobre la esforzada vegetación que habita en este paisaje. No se ven animales, están todos escondidos en sus sombrías madrigueras esperando que sol baje, parece sensato.
El jazz, el aire acondicionado y el despampanante entorno se contraponen con el rugido de mi estómago. Ya son 6 horas seguidas manejando por este hipnótico camino que siempre logra enamorarme y hacerme desear más y más kilómetros como si algo fuese a pasar más adelante. Veo la hora y vuelvo a conectarme con mi ser terrenal, es hora de parar.
Un poco más adelante está la picada donde siempre almuerzo, es una carta infalible y ya saben lo que voy a pedir. Sigo avanzando con la mente en blanco, solo esperando llegar, cuando de pronto un fuerte estruendo es acompañado de un duro golpeteo en el volante. La camioneta se me arranca hacia la izquierda, pero logro controlarla y llevarla a la berma. No sé si me afectó más la impresión del pinchazo o la frustración de no llegar a mi ansiado destino, pero el punto es que ahora son dos los asuntos urgentes que atender.
Puedo ver que a unos doscientos cincuenta metros, alejándome de la autopista, hay un caserío bajo la sombra de un viejo pimiento, sin pensarlo dos veces emprendo mi caminata con la seguridad de que alguien podrá echarme una mano. Poco a poco voy notando en detalle esta antigua casa de adobe, con tejas coloniales y cortinas en vez ...
... de puertas. Es como si de un minuto a otro el tiempo empezara a girar a otro ritmo y todos mis recursos se volvieran obsoletos. Acá estoy, cara a cara con el verdadero desierto, donde las almas se vuelven frágiles ante la inmensidad.
Tengo cierta reticencia de llamar, pero realmente no tengo alternativa y emito un tímido silbido. En ese instante una mujer mayor me dice desde la ventana; “la suerte que ha tenido, joven”. Mi cara de sorpresa la hace continuar; “pase no más, que bien acalorado y hambriento debe estar”.
Sin decir nada, crucé el umbral del grueso dintel de madera de donde colgaban las cortinas, la sensación de frescura era sobrecogedora en el interior de la casa y solo atiné a alabar la belleza de este lugar. La señora era de pocas palabras, pero amablemente me invitó a su cocina a tomar asiento y me ofreció un vaso de agua y algo de comer. Le conté lo que me había pasado, del pinchazo y como fui a parar a su casa, en eso veo de reojo una figura moverse en el pasillo.
Un vestido corto, de tono claro, dejaba ver dos piernas fuertes y bien formadas. Las caderas y las nalgas se dibujaban nítidamente en el algodón. Tuve que acelerar mi mirada hacia arriba porque pensé que era evidente la desfiguración de mi rostro al verla, ahí cruzamos miradas nerviosas.
Por suerte la señora no me estaba mirando en ese instante y pude seguir la conversación con total normalidad. Ella me dijo que tenía que ir al pueblo a buscar un encargo y que podría ayudarme a encontrar ...