1. Monja


    Fecha: 21/03/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... apasionado.
    
    Ana queda muda, hipnotizada por el bamboleo cadencioso y sin campanas que la mano distraída del diablo imprime al impresionante badajo. Como sigue ensimismada, el hombre, con un golpe de cadera, cambia la trayectoria del citado bamboleo, dirigiéndolo hacia la arrodillada monja que, al ver la punta rojiza abalanzarse contra su cara, da un respingo volviendo a la realidad.
    
    –Decía, querida, que será doloroso.
    
    La monja suspira.
    
    –En tal caso, aguantaré como aquellas antiguas mártires que morían ensartadas en las espadas de los infieles. O como San Sebastián, al que clavaron numerosas saetas sin que se quejara, y continuaron disparándole hasta darlo por muerto, pero sobrevivió para seguir defendiendo el nombre de Dios ante el emperador Diocleciano.
    
    –Otra buena analogía, y nunca mejor dicho.
    
    El hombre tiende una mano para ayudarla a levantarse y, sin soltarla, la hace girar despacio, cual bailarina atrapada en una caja de música, mientras los ojos lascivos se recrean en cada una de las redondeces de su anatomía. Cuando la tiene de espaldas, le indica que pare. Puede sentir la mirada clavada en su robusto trasero, que se ensanchaba con generosidad desde la cintura estrecha hasta el punto de poner a prueba la resistente tela del hábito. La inspección visual da paso al tacto y la mano masculina empieza a medir por palmos el grosor y volumen de las nalgas de la monja. Los dedos se clavan en la carne y saborearon la dureza de los glúteos juveniles ...
    ... mientras el hombre chasquea la lengua con aprobación y una Ana poco acostumbrada a los impúdicos manoseos contiene el aliento sin atreverse a girar la cabeza.
    
    –Acepto la oferta –dice el diablo sin soltarla–. Y acepto porque ahora mismo no creo que pueda dejarte salir de aquí con el culo intacto, así que no me queda más remedio. ¿Necesitas prepararte, querida?
    
    Ana niega con la cabeza. Hace un esfuerzo para articular las palabras. Suspira con resignación.
    
    –Estoy dispuesta –dice al fin–. Hice ayuno ayer y hoy, bebiendo sólo agua clara para purificar mi cuerpo y prepararlo para la prueba que el señor me tiene reservada. Vayamos a la sacristía y terminemos cuanto antes, por favor.
    
    El hombre ríe de nuevo. Parecen hacerle gracia todas las ocurrencias de la monja.
    
    – ¿A la sacristía para qué? ¡Aquí mismo! Entra al confesionario y saca el culo para fuera. Yo me ocupo del resto. Ese cojín tan cómodo que tiene el cura para sentarse te ayudará a estar de rodillas y el espacio cerrado ahogará los gritos. Al fin y al cabo, la dichosa cabina está hecha para que no se escuche lo que ocurre en su interior.
    
    – ¿Y si viene alguien? –protesta Ana.
    
    –Es tarde, querida. Las cuatro viejas beatas que pisen esta capilla ya están durmiendo. Y tus hermanas metiditas en sus celdas, solas o en compañía, a gusto de cada cual. Estamos tú y yo solos, y éste es el lugar en el que voy a desvirgarte el culo. Así que adentro.
    
    El hombre señala el oscuro interior del confesionario. Ana duda. Sus ...
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