1. Monja


    Fecha: 21/03/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... abre su carne en un avance lento, continuo, una penetración interminable que fuerza poco a poco a su gruta inexperta a abrirse más allá de lo que creía posible para poder acoger a su nuevo inquilino. El sagrado óleo hace su trabajo y el miembro se desliza con suavidad, pero el grosor es mucho, las paredes estiradas arden y Ana aprieta los dientes aguantando, por sus hermanas, el dolor soportable de la primera penetración de su vida.
    
    Tarda en llegar, en recorrer el camino angosto, pero al final queda encajada, firmemente embutida en el interior de su cuerpo. Ana vuelve a respirar, expulsando el aire mantenido durante todo el recorrido interminable. Se siente llena de macho, ensartada en el hombre que la ha hecho pagar con su virtud el precio de la salvación, el hombre que estampa la pelvis contra sus nalgas buscando afianzar su conquista y sonríe satisfecho ante la consumación del primer asalto.
    
    – ¡Qué culo tienes, criatura! La verdad es que me lo has puesto difícil.
    
    –Duele –protesta Ana. Su voz es un murmullo apenas audible.
    
    –Sólo las quince o veinte primeras veces, querida. Luego va gustando.
    
    Empieza a retirarse, despacio, dejando en su interior un vacío que se resiste al desalojo intentando succionar la verga para devolverla al lugar que la alojaba. La saca entera, en todo su recorrido, dejando sólo la punta caliente que mantiene abierto su esfínter. El diablo resopla por el esfuerzo. Sus manos se afianzan en torno a las caderas de la muchacha. Los ...
    ... dedos se clavan en su cintura. Empuja.
    
    – ¡Allá vamos! –grita entusiasmado.
    
    El puyazo entra con decisión, deslizándose sobre el óleo sagrado por el camino entreabierto. La pelvis impacta contra sus caderas llenando la capilla con la sorda percusión de la carne contra la carne. Ana deja escapar un quejido.
    
    – ¡Ay! Despacio... por favor... despacio.
    
    El hombre no cede. Vuelve a vaciarla y a llenarla, a estamparse contra sus nalgas. La clava hasta el fondo, sin compasión, más rápido en cada viaje. Ana intenta frenarle, apaciguar la cada vez más frenética cabalgada. Libera una mano de nudillos blancos de la silla a la que se aferraba con firmeza. Intenta girarse en medio de las sacudidas constantes, buscar el pecho del hombre y empujarlo hacia atrás para amortiguar su ímpetu, pero es inútil. Lo mira suplicante y el diablo sonríe en su ir y venir contra su retaguardia expuesta.
    
    Sometida a la lujuria masculina, vuelve a su sitio: las manos firmes sobre el respaldo de la silla, la mirada perdida en la pared de madera que se acerca y aleja al ritmo de las embestidas que la sacuden. Se rinden a la fuerza que la penetra, se deja llevar por el fragor del macho y respira. Respira al compás de las acometidas, inhalando cuando la vacía y exhalando cuando la llena. El calor lacerante que abrasa su recto se va disipando por todo su cuerpo a medida que su ano se dilata adaptándose al grosor del miembro que lo ocupa. Empiezan a pasar los minutos, uno tras otro, mientras el diablo, ...