1. Monja


    Fecha: 21/03/2022, Categorías: Anal Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... incansable, perfora el orificio del pecado en el mismo lugar que la santa madre iglesia ha destinado para confesarlo.
    
    Su cuerpo joven se adapta pronto a la sodomía. El dolor se vuelve soportable primero y agradable después, en cuanto el miembro del diablo empieza a entrar en su cuerpo con la naturalidad de lo que es como debe ser. Sor Ana busca el rosario que se bambolea entre las sacudidas incesantes colgado de su hábito revuelto. Se lo lleva a la boca y aprieta con fuerza los labios en torno a él para no dejar escapar los gemidos que incitarían a su verdugo a creer que gozaba de la obscena analogía.
    
    El miembro del diablo empieza a vibrar; Ana puede sentirlo con su culo: un pulso propio, una nota antigua como la humanidad, un temblor leve que crece rápido entre una penetración y la siguiente, hasta convertirse en un latido al ritmo de la lujuria del macho que la empala.
    
    Don Diablo se clava hasta el fondo, aplasta su pelvis contra las gruesas nalgas, deja caer su enorme cuerpo sobre la espalda arqueada de la muchacha y la abraza buscando la redondez de sus pechos. Ana nota la serpiente en su interior, escupiendo su veneno en gruesos disparos que la rellenan por primera vez con la cálida y viscosa esencia de los hombres.
    
    Don Diablo sigue en su interior. Sale y entra una vez más. Dos veces. Tres. Despacio, sin el ímpetu de las embestidas anteriores, busca prolongar el contacto, recrearse en los últimos posos de la lujuria. Ana siente cómo se contrae la dureza ...
    ... que la ha dilatado, como sale finalmente de su interior dejando en su retira una humedad que la inunda, espesándose al contacto del aire frío de la noche que se cuela por su orifico abierto. Un azote firme sobre su nalga marca el final del aberrante acto.
    
    –Oh, querida, ha sido maravilloso. Un culo digno del precio que he pagado por él.
    
    Ana se vuelve para mirarle. Intenta aparentar firmeza, pero hay rubor en sus mejillas.
    
    – ¿Dejará en paz el convento?
    
    – ¿El convento? –Don Diablo asiente mientras acaricia distraído las nalgas de la monja– Sí... sí, claro. Cumpliré mi parte. Congelaré los intereses y retrasaré la ejecución del embargo hasta el siguiente plazo de cobro.
    
    Ana asiente, aliviada. Don Diablo sonríe.
    
    –Así que nos vemos la semana que viene.
    
    – ¿La semana que viene?
    
    La monja se levanta encarando a su verdugo con los ojos abiertos por la sorpresa. Un grueso goterón blanco cae sobre el terciopelo rojo de la silla del confesionario, pero no le presta atención.
    
    –Y la otra, y la otra... así hasta que la reverenda madre o el ilustrísimo arzobispo empiecen a pagar. Si es que tienen intención de hacerlo. La deuda no seguirá subiendo, querida, pero no va a pagarse sola.
    
    –No puede hacerme esto.
    
    –En realidad sí. Ese era el trato. Aunque si quieres una alternativa...
    
    – ¿Sí?
    
    Don Diablo se inclina sobre Ana. Sus labios buscan el oído de la muchacha.
    
    –Ven conmigo, fuera de este lugar. Un pajarillo como tú luce más sin una jaula. Eres una mujer ...