Sabor Salado
Fecha: 04/04/2022,
Categorías:
Fetichismo
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Solía quedar para comer con mi amiga Amparo una vez al mes, más o menos. Aunque unos años mayor que yo, habíamos sintonizado desde el primer instante nada más conocernos y poco después éramos íntimas y confidentes, sobre todo en cuanto a sexo se refiere. Habíamos compartido novios, aventuras, lechos y todo junto en más de una ocasión, no había secretos entre nosotras. Éramos un par de cachondas siempre en busca de nuevas sensaciones y, la verdad, casi siempre era ella la que me enseñaba nuevos trucos o me hacía ver nuevas posibilidades.
Estábamos en el restaurante de lujo –dos estrellas Michelin- que nos permitíamos gracias a la VISA de empresa de su marido, y tras un delicioso almuerzo regado generosamente con vino blanco y salpicado de continuas referencias a nuestras recientes experiencias más calientes, atacábamos los postres.
Habíamos pedido dos raciones de la legendaria tarta de chocolate del local, una maravilla que siempre recordábamos salivando. Pero al llegar los platos, observé sorprendida que su ración aparecía generosamente cubierta de un líquido blanquecino ya casi transparente que parecía algo así como un glasé deshecho. Me recordaba... no sé, no me cuadraba. Amparo me miró con una sonrisa maliciosa mientras me decía:
- “Sí, es exactamente eso que estás pensando...”
Pero no podía ser. Y es que aquello tenía toda la pinta de ser... semen. Una vez me fijé un poco más, tuve claro que no podía ser otra cosa. Juraría incluso que podía percibir desde mi ...
... sitio en la mesa su inconfundible aroma.
Y es que Amparo y yo compartíamos una inconfesable adicción por dicho fluido. Una de las cosas que más nos unió, en una de esas noches de borrachera proclives a la confidencia, fue reconocer mutuamente nuestra afición por saborear tal semilla. Aunque no todo era tan sencillo.
En mi caso, y tras comenzar a comer pollas a muy temprana edad, todo vino dado por la obsesión de mis sucesivos novios en eyacular en mi boca fuera como fuera. No siempre era plato de mi agrado, pero pronto me di cuenta del poder que me daba el permitir graciosamente que me llenaran la boca con su leche, y como demostrar mi placer y satisfacción –fingida o no- por dejarme saborear su querida semilla me convertía en una auténtica leyenda y objeto de deseo.
Pronto aprendí a distinguir un semen de otro, ya que no hay dos iguales. La primera evidencia fue que el semen joven, fruto del ímpetu y la furia, solía tener un sabor delicioso que me enloquecía. No tenía que fingir en absoluto. Había pollas cuyo fruto me parecía un manjar incomparable, y mi obsesión por conseguir la mayor cantidad posible del mismo se traducía en unos trabajos vocales/manuales que en seguida me hicieron recibir las más peregrinas ofertas sentimentales y monetarias.
Pero no había mucha leche que me gustara. No, la mayoría de las veces cumplía el trámite porque, insisto, sé lo que significa para un joven macho el que una hembra de buen ver permita que le llene la boca de su esperma. ...