1. El regalo: Un antes y un después (Vigésima quinta parte)


    Fecha: 09/05/2022, Categorías: Infidelidad Autor: DestinyWarrior, Fuente: CuentoRelatos

    ... sobre la mesa del comedor, cuatro platos hondos colmados de un potaje de bacalao, espinacas y garbanzos.
    
    —¿Cocinaste? —Rompí el silencio por mi asombro y por no saber que decir más.
    
    —Tu madre insistió, ya sabes cómo es ella y como soy yo. ¡Se me quema hasta el agua para hervir! —Y acomodándose en el sofá, con ternura fue despertando a nuestros hijos, quienes al verme reaccionaron con su acostumbrada alegría.
    
    Un cigarrillo él, pero abajo, caminando despacio en el parqueadero y mirando a las estrellas cada que exhalaba el humo, a veces en espesas bocanadas y en otras ocasiones, jugando a hacer círculos de grises azulados, iluminados por las farolas de uno que otro auto. Otro mentolado para mí, asomada en el balcón evaluando soluciones. Y luego a dormir. Usuaria frecuente yo de la habitación principal, pero sola y Rodrigo, –como no– acostado en su «nave espacial».
    
    …
    
    Cuando salí de la ducha, tan solo plegué la toalla a mi cintura y aún con las gotas de agua en involuntaria competencia por caer primero, desde mis rodillas hasta los tobillos, descalzo crucé el pasillo hasta la cocina para prepárame un delicioso y reparador «tintico». Sin afeitarme, porque para qué si era mi día compensatorio, descanso merecido por mi fin de semana tan trabajado. Silvia se encontraría ya a mitad de camino a su oficina, después de haber acompañado a los niños hasta la otra esquina, en frente de nuestro bloque, para que el bus escolar los recogiera. ¡Todo un martes de descanso para ...
    ... mí!
    
    Una brisa fresca me abrigó de improviso la cara y también mi torso desnudo, logrando la inmediata reacción en mis tetillas y los vellos de mis antebrazos. El balcón abierto y en el recuadro de aquella imagen soleada, como un hermoso cuadro pintado con detalle y mucho esmero. Al fondo los dos frondosos árboles de plátano, con sus hojas palmeadas y sus naturales copas danzantes por el viento, como acariciando con su verdor, el gris concreto de las fachadas, en los edificios más allá. Las celestiales alturas de Madrid con aquel inmutado azul, sus nubes blancas surcándolo en calma y mientras tanto yo pensaba que sería… ¿Del cielo mío?
    
    Ella sorprendiéndome, allí agazapada en una esquina de la sala más sin darse cuenta de mi presencia, apoyada mi mano derecha sobre el mesón de la cocina. El par de redondas nalgas con su característica forma de corazón, antes blancas y ahora tan bronceadas; la manchita marrón de nacimiento en el centro de su loma derecha, ya casi no se le notaba, pero sí la angosta franja oscura de su tanga brasilera, que valiente y presumida se perdía en la fisura que las separaba.
    
    Y Silvia agachada de espaldas hacia mí, revisando concentrada las carátulas de los discos. ¡Mis discos, mi música! Y vestida, –eso es mucho decir– con mi antigua camisa en trenzado tejido azul, con su cuello francés ya raído de tantas posturas y lavadas, una vieja amiga de varias conquistas, casi todas… ¡Rechazadas!
    
    ¿Qué carajos estaba haciendo Silvia en el piso a esas horas? ...
«12...567...18»