Un príncipe azul
Fecha: 30/07/2023,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos
"Nunca he estado con un hombre", susurró Fátima bajo el peso del cuerpo de Marcos; "No te preocupes, tú déjate hacer", recomendó Marcos, un poco antes de mordisquearle las tetas.
Fátima, una mujer ni joven ni madura, trabajaba como camarera en un restaurante. Tenía unas piernas provistas de duros muslos, un culo firme que, sin ser grueso, mostraba pliegues bajo las nalgas; las caderas se continuaban en la cintura; eso sí, su busto era espléndido: dos rotundas tetas se adelantaban como el mascarón de proa de un barco. Tenía un fallo, bueno dos. El primero, su cara: no era guapa Fátima, tenía el rostro surcado de marcas de antiguas espinillas mal sanadas; el segundo era crucial: tenía mal carácter, mal genio y, además, era demasiado exigente en sus relaciones, tanto con mujeres como con hombres.
Marcos, un joven y capaz empresario, era su jefe desde hacía tiempo, y quería lo mejor para ella, pues la apreciaba. Sabedor de su escaso, o ningún éxito con los hombres quería ser el responsable de que Fátima follara, a fin de que su comportamiento, tan arisco, se suavizara. Marcos, que estaba casado, se decía: "Si nadie la folla, la follaré yo, es mi deber".
Marcos comenzó pues a acecharla. Una vez terminado el horario, decía a sus cuatro empleados, todos hombres menos Fátima: "Bueno, mientras os cambiáis, iré cuadrando la caja". Pero no lo hacía. Se dirigía hacia la puerta del pequeño vestuario donde Fátima se quitaba el uniforme para vestirse con su ropa de calle y ...
... espiaba por una rendija que había en la puerta, hecha por algún golpe recibido durante los habituales transportes de sillas. Espiaba. Y se maravillaba, cuando la camiseta de bregar sacada por su cabeza dejaba ver sus grandes tetas apretadas bajo el sujetador; le encantaba ver a Fátima en esa postura: los brazos alzados, la cabeza oculta bajo la tela, las axilas sin depilar, selva de vello negro rizado, y los bultos elevándose y luego cayendo grávidos y muelles. Turbado, Marcos notaba su polla crecer, engordarse y se tenía que volver rápido a sus quehaceres, no fuera a ser que Fátima se asomara de improviso al notar una presencia y lo viera así, con la polla tiesa como calabaza mallorquina.
Una noche, ya todos los empleados se habían ido excepto Fátima, que se demoraba en el vestuario, Marcos esperó sentado en una silla frente a una mesa del salón de comidas del restaurante. Esperó. Reconoció los pasos de Fátima al aproximarse desde el pasillo que quedaba a su espalda, donde también había una estancia dedicada a almacén, más cercana que los vestuarios: de hecho, desde un extremo del salón se podía ver la puerta. Los pasos de Fátima, sordos, acolchados por sus chinelas blancas. "Fátima", llamó cuando ella pasada por su lado; "Dime, Marcos, ¿necesitas algo de mí?", preguntó Fátima. Marcos se quedó pensativo. Por supuesto que necesitaba algo de ella, necesitaba que fuera suya aunque fuesen veinte minutos, necesitaba oler su rusticidad de hembra indomable. "Sí", dijo; "Venga, dime". ...