1. El señor Fairbanks y Belisaria


    Fecha: 19/09/2018, Categorías: Dominación / BDSM Autor: gineslinares, Fuente: RelatosEróticos

    ... los problemas no habían hecho más que empezar y no andaba desencaminada.
    
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    Al día siguiente subí de nuevo en el ascensor hasta el último piso. La tarde anterior no había sido como esperaba, no me concentré con el cliente. El trabajo de escort (o putilla cara para la plebe) suele implicar grandes dosis de terapia. Hay que calar rápido al cliente y saber qué es lo que le gusta o qué necesita en ese momento. Se supone que ayer con ese futbolista debía aparentar ser una chica tímida y amante del balompié, sin llegar a una fan babeante con ansias de camiseta firmada y con las hormonas desbocadas. Lo único que supe mostrar fue una fulanorra con jaqueca y ganas de acabar rápido. El tío, en efecto, acabó rápido y me despidió de la habitación del hotel con el dinero pactado, un bufido y sin esperanzas de volver a llamarme. Porque en este mundillo hay que dejar contento al cliente, más si cabe que en otros, hay que fidelizarlo, hacerse valer. A la clientela no le importa pagar tres o cuatro mil euros por un buen polvo, pero tiene que ser realmente cojonudo y dejarte bien seco y saciado.
    
    Y todo por el mamón de don Felipe, que me tenía bien trincada por los pelos. Le daba vueltas y vueltas en la cabeza a qué “satisfaría” a semejante idiota. No sería sexo porque aunque no quitaba ojo a mis domingas ni a mi culo caribeño le daba hasta asco vérsela con la sonda asomando burlona cuando debía vaciar la bolsa de orina. Ese fue mi primer pensamiento, pero lo ...
    ... deseché. Quizás estuviesen arruinados y necesitaban de mis servicios de forma gratuita; en ese caso tendría que hacer horas extras por las tardes para compensar la pérdida.
    
    La verdad es que no sabía qué carajo querría el pendejo de una dominicana que, aparte de buenas carnes, poca cosa más tenía que ofrecer. En todo caso parecía que su deseo de volver a controlar a alguien se estaba cumpliendo.
    
    Por suerte, no coincidí con el vecino del octavo durante el trayecto del ascensor mientras iba cavilando. Le hubiese soltado una mayor que la de ayer y no necesitaba más clavos en mi ataúd.
    
    -Buenos días, señor Fairbanks –dije cerrando la puerta de casa tras de mí.
    
    Mi saludo no recibió respuesta, ni tampoco apareció. Qué raro. Don Felipe siempre se encontraba en casa cuando llegaba, nunca salía por las mañanas. Era a su madre a la que, a veces, no la veía. Pero estaba de vacaciones en la playa.
    
    -¿Don Felipe? –pregunté de nuevo, dejando el bolso en una silla. Nada me complacería más que le hubiese ocurrido algo feo, así se acabaría el chantaje, pero algo me olía que los tiros no iban por ahí.
    
    Nadie respondió de nuevo. Parecía que era la única persona de la casa. Recorrí todas las habitaciones y constaté que, en efecto, sólo estaba yo. El señor Fairbanks no se encontraba allí.
    
    Cuando volví a entrar en la cocina para beber un vaso de agua, me fijé en la nota que había sobre la puerta del frigorífico.
    
    “Señorita Bela, he tenido que marchar a hacer un recado que no podía ...
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