Elena y el bañista
Fecha: 12/10/2018,
Categorías:
Anal
Autor: zuppo, Fuente: CuentoRelatos
Entre las toallas y sombrillas, los Danielsson encontraron un hueco en la orilla de la playa, cerca de donde se alquilaban los patinetes de playa.
Nada más llegar, los dos hijos se quitaron la ropa, que tiraron sobre la arena, y se fueron al agua. El padre se sacó la camiseta, que también arrojó al suelo, y se quedó con su oronda tripa mirando al mar. La madre, Elena, descargó el pesado bolso familiar, sacó y extendió las toallas, recogió la ropa tirada en la arena, la dobló y la metió ordenadamente en el bolso. Cuando terminó, se dispuso a sacarse su ropa. Primero la parte superior, dos pequeñas y firmes tetas, se escondían tras el bikini. La cintura era estrecha y en la panza apenas se adivinaba un poco de grasa alrededor del ombligo.
Elena se sentía incómoda si alguien la observaba a causa de la celulitis, que daba forma de abombado corazón a su trasero y sus muslos eminentes, embutidos en el pantalón. Por eso siempre se desabrochaba el pantalón de pie para luego sentarse y sacárselo de forma pudorosa.
Presintió una mirada a su espalda y no pudo evitar girarse. Desde una toalla cercana, un bañista la contemplaba, sus miradas se cruzaron, él no la apartó, sintió que la ojeaba, no con la malsana curiosidad con la que todos le miraban su enorme culo, sino con deseo y ella agradeció aquella mirada que le evitó la incomodidad, se volvió y continuó sacándose los pantalones de pie lentamente, regalándole un casi striptease al privilegiado espectador.
Su marido ...
... seguía, con la mirada aburrida de un domingo sin fútbol, pensando en que haría el Madrid sin Cristiano Ronaldo la próxima temporada.
Cogió el bote de protector solar, puso una dosis en la palma de su mano y bajó el asa del bikini dispuesta a continuar su imaginario show, pero se arrepintió de su atrevimiento. Volvió a subir el asa y caminó hacia su marido para untarle de crema, pero este rechazó el ofrecimiento apartándola con desdén. Sintió como la humillación le pintaba la cara de rojo y se volvió a la toalla.
De nuevo cruzó la mirada con el desconocido que había presenciado la escena y, de nuevo, esta volvió la borrarle la vergüenza de la cara.
Se plantó frente al desconocido, dándole la espalda, se agacho y, mostrándole su grupa de hembra, comenzó a extenderse crema en la parte trasera de sus muslos, de forma lenta, sensual. Fruto de su humillación y hartazgo, quería decirle a aquel desconocido que allí estaba dispuesta a ponerle los cuernos a su marido, a pocos metros de él, ofreciéndose a un desconocido. El masaje fue fundiendo la rabia, convirtiéndola en una caricia mientras recordaba una escena infantil.
Treinta años atrás, su familia andaba preocupada pues a los quince años a Elena aún no le había llegado la menarquía. Era el final del curso y se había organizado un baile en el gimnasio del instituto. Elena, sentada, miraba como algunas de sus compañeras se abandonaban románticamente en los brazos de sus novios y seguía el ritmo de la música con sus muslos, ya ...