Amigos de la niñez
Fecha: 23/04/2024,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... nos sentamos en la orilla con los pies en la corriente. Cuando su mano me rodeó y me agarró la cintura le imité y apoyé la cabeza en su hombro. No es que lo tuviera blandito ni fuera como una almohada, pero se estaba muy bien así. Mantuvimos un cómodo silencio, disfrutando del momento de intimidad. Al menos hasta que me sonaron las tripas.
—Jajaja, ¿quieres comer? — me preguntó achuchándome.
—No me importaría, mi estómago protesta.
—Pues a comer.
—¿De qué es mi bocadillo? — pregunté mientras extendíamos las toallas.
—De arenques con cebolla — respondió muy serio.
—¿Qué?
—Jajaja, qué cara de asco. De chorizo, tonta.
—Ah, menos mal.
Comimos sentados como los indios, charlando entre mordisco y mordisco.
—Mañana es la fiesta del pueblo de al lado, ¿quieres que vayamos?
—Vale, será agradable oír música. En este pueblo solo se oyen los pájaros y algún rebuzno — contesté.
—Pero tienes que llevar tú el coche, todavía no me he sacado el carné.
—Sin problema. Se lo pido a mi madre.
Pasamos la tarde en el pinar haciendo el vago. De vez en cuando nos dábamos un paseo y luego volvíamos a tumbarnos en las toallas. Nos bañamos por última vez y volvimos a casa. Tampoco me besó en los labios al despedirnos, aunque el abrazo fue largo y esta vez se lo devolví.
Cuando entré en casa mi madre me tomo el pelo. Nos había visto por la ventana y no tardó en pincharme con Salva.
—Parece que habéis retomado la amistad, Rosa.
—Sí, Salva es un buen ...
... chico.
—¿Os abrazabais así de pequeños?
—¡Mamá!
—Vale, vale, solo preguntaba.
—Mañana queremos ir a las fiestas del pueblo de al lado. ¿Me dejas el coche?
—No.
—¿Cómo que no? — me sorprendió su negativa. Nunca había puesto pegas a que usara su coche.
—Porque lo necesitamos la abuela y yo, pero si queréis os podéis venir. También vamos a la fiesta.
—Ah, vale. Me habías asustado.
—Además, así te puedes tomar algo, que yo conduzco.
—Eso es verdad. Pienso beber hasta que vea doble.
—Jajaja, ten cuidado no abraces al Salva que no es.
—¡Mamá!
—Jajaja.
Por la mañana no vi a Salva, eso tuvo la consecuencia de que mi abuela me mandó hacer tareas. Con unas botas enormes de goma di de comer a las gallinas, luego con una manguera limpié el patio y el gallinero. ¡Quién me iba a decir a mí, urbanita total, que desempeñaría esas tareas y encima con gusto! Mi abuela me echaba un ojo de vez en cuando y como me veía hacerlo con agrado y canturreando se reía bajito. Mi abuelita estaba mayor, pero no tonta. Lo último que hice fue regar las plantas. La casa estaba llena, y en cada ventana había un macetero de geranios. Rellené un montón de veces la regadera hasta que todas las plantas estuvieron felices. Como una que yo me sé. El resto del día lo pasé con el móvil, que lo tenía muy descuidado.
Sobre las siete llegó Salva vestido de punta en blanco. En el pueblo eso significa llevar vaqueros largos y camiseta. Yo me puse una falda hasta la rodilla y camiseta ...