1. Secuelas de una pandemia (I): Olfato


    Fecha: 01/09/2024, Categorías: Gays Autor: LetraEros, Fuente: CuentoRelatos

    –¿Qué hacés boludo? ¿Te estás oliendo la pija?
    
    –Nada que ver –respondió Diego a la pregunta de su amigo, sin darse cuenta de la evidencia que lo delataba: la mano izquierda enterrada por completo en el calzón.
    
    –Sos un cerdo, chabón –dijo Pato levantándose a cambiar la yerba del mate.
    
    –Dale, ¿vos nunca te oliste la verga? Es re natural. Todos lo hacen.
    
    –Bue, todos no sé –opinó Pato, regresando al sillón desde donde veían la décima película desde el inicio del aislamiento; la famosa palabra incorporada al vocabulario cotidiano, impuesta por la realidad de una pandemia inesperada.
    
    Diego y Pato se conocían desde tercer año de la secundaria y habían decidido aventurarse a vivir fuera del amparo dela casa paterna del conurbano porque ya estaban “grandecitos”, con 21 y 23 años de edad. Obligados por la pandemia que recién empezaba, no imaginaban que el encierro se volvería la única forma de vida desde que decidieron compartir el departamento dos meses atrás.
    
    Los primeros días fueron los más difíciles, pero las diferencias en el carácter no resultaban un impedimento para la convivencia, sino más bien un encastre casi perfecto. Pato se dedicaba a ciertas tareas, mientras que Diego hacía lo propio con otras. Cada quien tenía su cuarto y si pintaba, compartían living, pero nada resultaba forzado. Incluso para coger las reglas fueron claras: no hacer ruidos. El argumento era sencillo. “Si escucho garchar me caliento. Punto”, dijo Diego el día en que se mudaron y Pato ...
    ... estuvo de acuerdo. Solo una vez coincidió que ambos habían levantado a unas pibas en el boliche y como cada cual tenía su garche, nadie dejó con las ganas al otro. Sí, esa noche hubo gritos de placer y cada uno escuchó a su amigo en plena faena sexual: una anécdota más para contar al resto de los flacos del boliche.
    
    Pero hubo una vez una pandemia y las cosas cambiaron.
    
    Como el resto de la humanidad, debieron preservarse en su casa y, aunque el teletrabajo ayudaba, la restricción de salir al mundo exterior se hacía cada vez más insoportable. En esa convivencia de 24 horas por siete días a la semana, comenzaron a crecer charlas inéditas, como esta, aleatoria, de olerse la pija.
    
    –En serio –insistió Diego–. Es re común. Dale. No me digas que no lo hacés.
    
    –Bueno… sí, pero cuando me estoy por dormir, ponele.
    
    –¡Ah, viste puto! Yo sabía –dijo Diego jugando con la bombilla del mate. –¿Por qué será que lo hacemos?
    
    –No sé, costumbre…
    
    –Sí, claro, pero no sé; la verdad es que me gusta olerme. Posta. Debe ser algo animal… Y te digo más: un poco me calienta.
    
    Pato levantó la vista y se limitó a clavarle la mirada con intención reprobatoria.
    
    –Bueno –se justificó Diego –no sé… pensé que a vos te pasaba igual.
    
    –No, para nada –respondió Pato, y para cambiar de tema, agregó: – Che, hoy hago pizza. ¿Te va?
    
    ***
    
    Al día siguiente ambos volvieron a sus rutinas, incluyendo un entrenamiento que propuso Diego, fanático del gym. Al finalizar los ejercicios, ambos se ...
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