1. Doña Gadea


    Fecha: 12/09/2024, Categorías: Lesbianas Autor: Rosa1972, Fuente: CuentoRelatos

    Para R. y L. Espero que lo disfrutéis, sois las protagonistas, sobre todo tu L.
    
    Capítulo 1.
    
    Me hacen gracia esas estadísticas que dicen que una persona a los 60 años se ha pasado 20 durmiendo, uno buscando donde aparcar, ocho viendo la tele... Yo a ese ranking aportaría que me he pasado media vida jugando con mi coño y la otra media con los coños de tres mujeres extraordinarias. Acabo de cumplir cincuenta y cada década de mi vida ha estado marcada por la presencia de una de ellas, Gadea fue la primera y seguro que la más especial. A su manera me ayudó a construir un pasado en el que refugiarme, con ella acumulé ese bagaje de vivencias que rememorar cuando las cosas no van bien, a falta de una infancia o adolescencia feliz, cuando no consigo conciliar el sueño, viajo a esos años y revivo aquellos momentos. Con ella también aprendí que la bondad y la maldad pueden ser las caras de una misma moneda.
    
    Me llamo Rosa y mi relación con Gadea fue cualquier cosa menos un romántico amor de juventud. Nací en Galicia, mis primeros veinte años los viví en un lugar perdido en medio de ninguna parte, apenas pasé un mes al año con mis padres hasta que cumplí los quince, ellos, emigrantes en Suiza, se mataron a trabajar durante veinticinco años hasta que pudieron regresar para comprar un coche, un tractor y un piso en el pueblo, cualquiera que conozca esta tierra, o cualquier otra zona deprimida de España, sabe que esa es la máxima aspiración de todo emigrante. Así que yo y mi ...
    ... hermano crecimos con nuestros abuelos que nos educaron lo mejor que pudieron. Si tuviese que definir aquellos años en la aldea con una palabra, esta sería: aburrimiento. Llegué a adorar ir al colegio y luego al instituto porque era la única manera de visitar la civilización. El pueblo del que hablo estaba a unos veinte kilómetros de mi aldea, pueden parecer pocos, pero en aquellos años eran muchos.
    
    Tuve la suerte de que mi padre se cansase de llevarme y traerme a trabajar todos los días y, teniendo el piso vacío, por fin accedió a que me quedase en él con las obvias condiciones de visitarlos el fin de semana y no llevar chicos a casa.
    
    Una fría mañana de domingo mi padre y mi hermano me ayudaron a instalarme. El piso tenía ya todos los muebles y cocina hacía más de un año, así que, en unas horas, era ya una ciudadana más de aquella "gran urbe" de quince mil habitantes. Y para mí lo era, viniendo de un lugar donde no llegábamos a cincuenta vecinos. Mi padre mostró su preocupación por el hecho de que prácticamente todo el edificio estuviese vacío. En invierno sólo uno de los dos primeros estaba ocupado por una academia de inglés y los dos más altos, los cuartos, por mi vecina Gadea y el otro por mí. En total ocho viviendas de las que cinco estaban cerradas casi todo el año. La verdad, imponía un poco aquel silencio, pero es algo habitual en toda la costa gallega donde la gente pasa el verano y en septiembre se vuelve a su residencia habitual.
    
    En cuanto me quedé sola respiré ...
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