Doña Gadea
Fecha: 12/09/2024,
Categorías:
Lesbianas
Autor: Rosa1972, Fuente: CuentoRelatos
... corto, pero no me gustaba. Me decidí por un vestido blanco de punto que solía llevar a la playa. Era bastante corto, pero no se me vería nada, eso sí, tenía que ponerme sujetador porque tenía agujeritos entre punto y punto por donde se me saldrían los pezones. Me miré al espejo y me vi genial, transparentaba bastante, sobre todo por detrás. El tanga azul oscuro resaltaba muchísimo bajo el hilo blanco.
Me daba igual, estaba a cien y respiré profundamente antes de cerrar mi puerta y llamar a la de Gadea. Me abrió con el niño medio dormido en sus brazos y me susurro que pasase y me pusiese cómoda. Me dejó sola y entré en la cocina que tan bien conocía, no me apetecía sentarme en el salón frente a Teresa de Calcuta. Tras unos diez minutos se unió a mi exclamando su admiración por mi vestido que le parecía precioso y por los pasteles.
- Cuantos pasteles! Muchísimas gracias. No tenías que haberte molestado. Como sois la gente del campo, cuanto os gusta la abundancia.
¿Era para matarla o no? Pensé si realmente estaba lo suficientemente buena para aguantarle comentarios así... Y si, lo estaba, llevaba la misma minifalda que a mediodía, pero ahora con dos de los botones del cierre frontal desabrochados. Además, no llevaba pantys, sus piernas estaban perfectamente depiladas. Llevaba sujetador, pero aun así su pecho eclipsaba todo lo demás, tenía una chaqueta tipo suéter sin blusa debajo, y de nuevo un par de botones desabrochados dejaban ver un canalillo que quitaba el hipo ...
... y metía hambre y sed de abalanzarse sobre él.
Me quedé de piedra cuando tras hervir agua y poner el descafeinado soluble y el azúcar en una bandeja me pidió que cogiese los pasteles y la siguiese hasta su habitación. Recorrí el pasillo pensando si iba a meterme en su cama el primer día, pero no hubo suerte. La distribución de su casa no era exactamente igual a la mía. Su habitación era enorme, al fondo tenía incluso un sofá y una pequeña mesa. Bueno, al menos me alegré de no pasar la noche en el salón y, que caray, aquello tenía más morbo. Además, comprobé que sí que dormíamos pared con pared.
Otra buena razón para estar allí era que tanto su habitación como la del niño estaban mucho más templadas, estábamos a finales de noviembre y fuera hacía ya bastante frío.
Nos sentamos en el sofá y dimos cuenta de los pasteles, las dos teníamos hambre. Al rato de estar charlando, inconscientemente, acabamos girándonos la una hacia la otra y subiendo una de nuestras piernas flexionadas sobre el sofá. Estábamos tan cerca que solo podía mirarla a la cara, de vez en cuando yo bajaba la vista pretendiendo colocarme bien una zapatilla o algo así y observaba sus muslos, deliciosos, no tan blancos como esperaba, de un color casi miel, tenía unas piernas largas y muy bien proporcionadas, no había flacidez ni celulitis, al fin y al cabo, aunque yo la viese desde mis veinte años como a una señora, solo tenía treinta, estaba empezando a vivir, tenía sus mejores años por delante.
Aquel ...