1. Mi odiosa madrastra, capítulo 6


    Fecha: 21/09/2024, Categorías: Hetero Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos

    ... las nalgas. Su piel aún conservaba algo de su bronceado. Su pelo rubio, largo, bailaba al ritmo de la brisa otoñal. No hacía frío, pero el clima ameritaba al menos un suéter, por lo que eso era otro detalle que la hacía resaltar en el paisaje otoñal. Además, yo que la tenía de cerca, pude notar que sus pezones se marcaban en la tela, dejando en evidencia que carecía de corpiño, y que además los tenía duros.
    
    Entramos al edificio. En ese momento me percaté de que Juan se encontraba en la recepción. Supuse que Nadia había esperado a salir en el último momento, y se había producido tanto, debido a eso. Quería forzar un encuentro con él. No era tan torpe después de todo. Estaba resentida con él, debido a lo que había pasado el día anterior, y quería verlo sufrir. En este punto yo le daba la razón. El tipo había demostrado ser un verdadero imbécil. Todavía no se me iban las ganas de hacer que lo echen.
    
    Ella le clavó una mirada intensa y fría a la vez. Juan la saludó con un movimiento de cabeza, y susurró un “hola” que apenas oí. Casi pareció pronunciar la palabra con temor, y tenía sus motivos para sentirse así. Ella no le devolvió el saludo. Pude ver cómo el tipo pareció encogerse, ahí en su asiento detrás del escritorio. Me dio la impresión de que pretendió mostrarse impasible y digno, pero le fue imposible ocultar su turbación. Probablemente en ese punto se había arrepentido de lo que había hecho y de lo que había dicho, pero ya era tarde para eso. Como toda buena ...
    ... mujer despechada, sabiendo que poseía una gran ventaja en contra de él, ya que Juan se sentía tremendamente atraído por ella, mientras que Nadia, en el mejor de los casos lo tenía a consideración, junto con una centena de otros admiradores, mi madrastra pensaba aniquilarlo con la indiferencia, arma letal para hombres que se creían enamorados.
    
    Así que ese era el castigo que le tenía preparado al pobre infeliz. Algo simple, pero para alguien como él, que por lo visto estaba obsesionado con ella, sería muy duro. La vería pasar todos los días, siempre viéndose increíblemente sensual, restregándole su belleza en la las narices. Ella ni siquiera se molestaría en saludarlo, y si él cometía el error que acababa de cometer, de saludarla, sólo se encontraría como respuesta con un gélido mutismo. La frialdad del desdén podía ser devastadora para alguien como el hombre de seguridad, quien parecía incapaz de controlar sus emociones. Y sospechaba que, el hecho de verla vestida así, conmigo a su lado, entrando al ascensor, para dirigirnos a nuestro departamento en el que vivíamos solos, le daría mucho en qué pesar. Ahora, hasta me daba un poco de pena el infeliz.
    
    El ascensor, un cubículo viejo y tembloroso, se cerró, y quedamos solos en el pequeño espacio.
    
    — Bueno. Por la cara que puso, tu plan pareció funcionar. Ahora su castigo serán sus propias fantasías. Su pobre cabecita debe estar trabajando a mil por horas —comenté. Pero ella sólo se limitó a sonreír. En ese momento empecé a ...
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