El bosque de limoneros
Fecha: 04/10/2024,
Categorías:
Incesto
Autor: Lima, Fuente: CuentoRelatos
Nada hubiese ocurrido sin aquella acera, sin aquellos baldosines ardiendo, sin aquellos seiscientos metros de fuego que separan mi casa del centro del pueblo. El mes de julio se acababa y se despedía con una ola de calor que llevaba los termómetros más allá de los cuarenta grados. Había tenido un día realmente malo. No es que me hubiese ocurrido algo, es que no me había ocurrido nada. Nada, la nada más absoluta era la definición de mi vida en ese momento.
Aquella acera fue la mejor medicina que podrían haberme recetado. Con un golpe seco cerré con llave la vieja y pesada puerta de madera de mi casa y puse mis pies sobre la acera. Noté como la goma de mis chanclas daba de sí y se reblandecía instantáneamente. En ese momento terminó la primera parte de mi vida, en ese momento nací de nuevo, al golpear esa puerta y girar la llave todo cambio para siempre.
Acababa de darme una ducha con agua tibia y me había puesto un vestido de una tela muy muy ligera, tan ligera que tenía la sensación de que el aire caliente que subía desde el suelo lo inflaba como un globo aerostático, lo hacía flotar y acababa de secar mis piernas. Mi coño depilado cuidadosamente, libre, sin bragas ni tanga, decidía tras solo unos pasos que no todo sería tan negativo. Nunca olvidaré aquella sensación, mi piel tan suave, acariciada por el vaivén de aquella tela, su roce sobre mis nalgas, sentirme pasear desnuda dentro de aquella prenda color naranja fuego que me llegaba hasta las rodillas.
Verme ...
... reflejada en los primeros escaparates de camino hacia la plaza del pueblo no hizo más que aumentar mi sensación de bienestar y mi coño, definitivamente, era la húmeda prueba de que todavía podía saborear algo parecido a lo que llaman felicidad aquel sábado. Me veía guapa, ¡que pena no poder salir sin sujetador también!, gasto demasiada talla para un pueblo tan pequeño.
No eran ni las seis de la tarde y la calle estaba desierta. El banco donde los jubilados se acomodan para pasarla al fresco todavía estaba vacío. Las pocas tiendas que sobreviven arremolinadas en torno al ayuntamiento y la plaza estaban todas cerradas. La mejor mercancía que vi en ellas fue mi cuerpo reflejado en sus lunas, mis muslos y mi culo jugoso y abundante moviéndose como un flan bajo un milímetro de tela. Mi melena, rubia aquel verano, acabando de secarse, mis tetas contenidas por mi sujetador favorito, uno amarillo como un polo de limón que la tela del vestido dejaba entrever.
Tengo que fijarme en los detalles, me decía, esta noche me haré una paja pensando en este momento. En realidad, me la hubiese hecho allí mismo, me hubiese levantado el vestido, sin quitármelo, porque lo necesitaba acariciándome, frente a cualquiera de los escaparates me hubiese masturbado, de pie, como tanto me gusta, e incluso intentar correrme y orinar al mismo tiempo, empapar mis muslos con una meada interminable, formar un charco bajo mis pies y ver mi coño rendido y sudoroso reflejarse en él. Aquel paseo es lo más extraño ...