El bosque de limoneros
Fecha: 04/10/2024,
Categorías:
Incesto
Autor: Lima, Fuente: CuentoRelatos
... niño. Sabía que le pediría que me follase el culo mientras yo me abrazaba desnuda a la columna de madera que inicia la balaustrada de las escaleras que suben al piso de arriba o que en vez de hacerle una mamada, tendría que eyacular sobre el impoluto yeso de las paredes para que yo lamiese su semen. A veces me sorprendía besándome en alguno de los muchos espejos de casa, comiéndome mi propia boca, clavando mis ojos castaños en mis ojos castaños, muerta de deseo, pero no por él.
El trío, el sueño de todos los hombres, era su pesadilla, siempre éramos tres, ella, la casa con el bosque de limoneros, era demasiada competencia para él. Un día me pilló sentada en el bidé follando con el ergonómico grifo que llevaba años tentándome, moviendo mis caderas adelante y atrás, sintiendo el acero inoxidable calentito dentro de mi después de haber corrido el agua por él. Nuestras miradas se cruzaron a través del espeso vapor acumulado, pero yo no dudé un instante en seguir besando y lamiendo los suaves azulejos, húmedos y lascivos tras el bidé, con mis piernas abiertas, mis rodillas pegadas a la pared para que mi amante me penetrase lo más adentro posible. Me miró con asco y desprecio y me deseo una infección, lo del grifo y los azulejos fue demasiado para él. No lo culpo.
Durante años toleró mis vicios e incluso disfrutaba viéndome engañarle con las terminaciones en forma de piña del pie de cama. Le gustaba pajearse mientras veía desaparecer coño arriba los remates barnizados y salir ...
... de vuelta rebozados en mis jugos. Luego se me acercaba y descargaba en mi boca unas corridas fenomenales, le gustaba que no me lo tragase, yo hacía un alto y con los mofletes llenos de su leche embadurnaba la piña, la llenaba bien de semen y luego me lo iba comiendo poco a poco, lengüetazo a lengüetazo, deleitándome con él.
Con los años, él fue volviéndose más conservador y yo más viciosa. A medida que me desenamoraba de él me enamoraba más de todo lo inanimado que me rodeaba. Encontraba más calor, y me reconfortaba más, un rato de placer con el rodillo de amasar que una cena con él en un restaurante de la capital.
En fin, todo en el universo tiene un principio y un fin y lo mío con mi marido simplemente se extinguió.
Mi rato de compras en el súper también tenía que acabar porque aquel pobre chaval no podía más. Dejé que el telón de mi vestido cayese y puse fin a la función y saqué del bolso mis gafas de sol para poder ver sin ser vista la que había liado. Me acerqué a la caja y vi que ni siquiera la camiseta que cubría sus bermudas podía ocultar el fenomenal empalme. Me despedí y le agradecí de nuevo el regalo del granizado dejando caer una moneda al suelo y mostrándole el escote y mis tetas apretadas por el sujetador.
Sali de la tienda y entré en el horno de nuevo. Mientras cruzaba la plaza, el chico, que tiene diecinueve y siempre estuvo en la misma clase que mi hijo, me echaba el último vistazo y cerraba la puerta rápidamente. Juventud divino tesoro, al menos ...