Los cuernos ajenos, a veces, también duelen
Fecha: 07/10/2024,
Categorías:
Infidelidad
Autor: suruminga, Fuente: CuentoRelatos
A mis 34 años yo, Darío, no me puedo quejar, estoy casado con una hermosa mujer desde hace un lustro después de noviar veinticuatro meses.
Lo único que ensombrece algo nuestra felicidad es la relación con mis suegros, Horacio y Raquel. No los culpo de pretender, para su hija, algo mejor. Encontrar un candidato superior a un doctor en filosofía, socio de un restaurant y practicante de kempo no es algo complicado o difícil en el ambiente frecuentado por esa familia.
Cuando vieron que se avecinaba un vínculo serio la oposición se intensificó pero la sangre no llegó al río. Todo hace parecer que optaron por el mal menor. Tolerarme era más fácil que aguantar el empecinamiento de Nuria, acompañado de una importante dosis de ira. Por simple inercia seguimos manteniendo la relación respetuosa pero lejana, autenticidad que debo agradecer pues nunca simularon un afecto inexistente.
Poco antes del casamiento mi futuro suegro compró una casa en el barrio privado donde vivía y la puso a nombre de su hija bajo la figura de donación, algo totalmente lógico en una época en que los matrimonios duran lo que un pedo en una canasta. Con toda suerte mi señora, una joven de veintinueve años, trabajaba medio día en una de las empresas del padre y con muy buena remuneración. De lo contrario mis ingresos apenas hubieran cubierto los gastos que ocasiona el nivel de vida habitual en los moradores de esas urbanizaciones.
Cuando, ya casados, ocupamos la nueva vivienda, el modesto ...
... departamento mío lo puse en alquiler a turistas que por corto tiempo visitaran la ciudad. Aunque significaba más trabajo, me ahorraba lidiar con actualizaciones de precio, morosidad o desalojos.
En ese barrio conocimos dos matrimonios, amigos de mis suegros, ambos algo mayores que nosotros. Los esposos tenían una compañía financiera que les permitía un muy buen pasar.
Uno de ellos, Eduardo, era inclinado a ostentar su poder económico y parece que yo cumplía el perfil indicado para que él diera satisfacción a su ego. Así, la primera vez que nos invitó a su casa, la recorrimos íntegra, deteniéndose en todas aquellas cosas que agregaban valor, que si los muebles de estilo, algún cuadro, el jacuzzi en un espacio exclusivo al lado de la pileta exterior, la panoplia con la cabeza de un ciervo que había cazado, y el detallado sistema de cámaras de vigilancia que abarcaba toda la casa a excepción del dormitorio, sistema que era manejado desde su escritorio. Julio y Delia eran de un perfil más bajo.
En una oportunidad mi suegra organizó una cena, estando invitados los dos matrimonios amigos y nosotros. Durante la reunión pude ver la cercana relación que existía entre los padres de mi mujer y los invitados, enterándome que, además de pasar abundantes ratos juntos, también los unía un trato comercial. La anfitriona hacía gala de una gran confianza mientras Horacio mantenía su habitual parquedad. Promediando la velada, al salir del baño y llegando a la cocina, las voces de Eduardo y Raquel ...