Entregada al jefe de mi marido
Fecha: 29/10/2024,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... Enrique y yo. Pero pronto Marga comenzó a dar signos de estar cansada.
—Será mejor que nos marchemos. Es tarde, —expresó mi esposo mirándome.
—¿Supongo que vosotros dos, iréis a tomar algo? —Preguntó Don Ramón.
—Si Olivia está animada, iremos a dar una vuelta al centro, —respondió mi marido.
Yo asentí con la cabeza, como dando a entender que efectivamente, me apetecía ir a tomar algo.
—¡Vete con ellos Ramón! Es tu cumpleaños, y sé que te apetece ir un rato a divertirte, —manifestó de repente Marga.
Yo me quedé pasmada. Para nada me apetecía ir a tomar algo con Don Ramón. Quería irme cuanto antes de esa casa, para ir a bailar, y sabía que Don Ramón, acapararía a Enrique hablando de trabajo.
—Venga Ramón, anímate. Vente con nosotros, —escuché decir a Enrique. No sé si forzado, o porque de verdad le apetecía la compañía del viejo.
No hubo que insistir demasiado, veinte minutos después, los tres nos dirigíamos en nuestro coche al centro. Yo me senté en el asiento trasero, cediendo mi lugar a Don Ramón, sin abrir la boca durante todo el camino.
Entramos a un pub que Enrique y yo solíamos frecuentar muchos fines de semana, y me senté con Don Ramón en una pequeña mesa.
—¿No vas a ir a bailar? —Me preguntó mi marido, justo antes de acercarse hasta la barra para pedir unas copas.
—No, no me apetece, —respondí con tono seco.
Me encanta salir a bailar y a divertirme por la noche. Ver como los hombres me miran con deseo, mientras mi marido contempla ...
... todo apoyado en la barra. Pero con Don Ramón presente, no había posibilidad de que Enrique y yo, pudiéramos jugar esa noche.
El juego es muy sencillo, consiste en que yo hago de zorra calienta pollas mientras mi esposo observa desde la barra como se me acercan algunos hombres. Sabiendo que, si uno de ellos llama mi atención, puedo llegar con él todo lo lejos que me dé la gana.
—¿Te incomoda cuándo te miro? —Me preguntó el viejo de repente.
Yo me quedé callada unos segundos, sin comprender que era lo que me estaba preguntando.
—No entiendo a qué se refiere, —le dije por fin, encogiéndome de hombros.
—Olivia, sabes de sobra lo que estoy sugiriendo. Desde que te vi la primera vez con Enrique, me quedé hechizado por ti. No puedo evitar mirarte con deseo, —manifestó acercándose a mí completamente, para que sus palabras me llegaran por encima de la música.
—Vaya… si no supiera que usted es una especie de Don Juan, me sentiría hasta halagada, —manifesté intentando quitar hierro a sus palabras. Como tomando su comentario a chanza.
El viejo se rio divertido.
—Tus piernas. Por ejemplo, —indicó haciendo una pequeña pausa, poniendo mientras tanto, una de sus manos sobre mis rodillas—. Me vuelven loco, —puntualizó.
Su atrevido gesto me hizo sentir incómoda. Noté como mi espalda se tensaba, como si mi cuerpo se pusiera a la defensiva. Pero no dije nada, me quedé cortada como una tonta.
En ese momento llegó Enrique con las copas, pensé inocentemente que Don Ramón ...