Hoguera de banalidades
Fecha: 31/10/2024,
Categorías:
Grandes Relatos,
Autor: Dr Arroyo, Fuente: CuentoRelatos
... cuentas de muchos alguienes más, no sólo las mías correspondientes a la pelea de dos días atrás. Apenas entonces me dejaste tocar tus magníficas tetas, firmes, medianas, de pezones rozados y muy erectos y sobresalientes. Tomaste mis manos para que las agarrara y cada teta tuya cabía perfectamente en mi mano. No querías que te las acariciara, querías que te las estrujara, que pellizcara sin misericordia tus pezones. Y si me negaba, rudamente y sin dejar de montarme, me apretabas los huevos en castigo y arreciabas el ritmo con el que me montabas. Sudabas intensamente y el poderoso olor de tu cuerpo sudado quedaría impregnado en mi piel por semanas.
Comenzaste a decir, a gritar, cosas en francés que, desde luego, no comprendí. Te viniste en medio de un grito espectacular. Sin hacer pausa alguna, te pusiste en cuatro y me miraste, una vez más, desafiándome. Te cogí rudamente, con extrema dureza, te metía el pulgar sin piedad por el culo mientras mi verga te taladraba. Aprovechabas mis embestidas para alcanzar mis huevos y estrujarlos con saña. Te nalgueaba durísimamente y jalaba tu cabello por la nuca hasta obligarte a que me vieras. Rodamos al piso y allí seguimos en ésta que ya era decididamente una batalla. Acabamos con las rodillas quemadas por la alfombra. Seguimos contra una pared y te cogí dementemente mientras seguías vociferando en francés mientras me arañabas la espalda y mordías mi pecho. Perdí la cuenta de tus orgasmos y me vine dentro de ti varias veces, bajabas ...
... una de tus manos al sentir mi semen y al salir éste de tu vagina lo tomabas con la palma y lo llevabas a tu boca sin dejar de mirarme. Yo estaba estupefacto, nada cuadraba, nada tenía sentido.
Cuando por fin nos detuvimos, porque nos ganaba ya el agotamiento, vimos al fin las ventanas tras las que podía apreciarse buena parte de la ciudad. Ya era de noche. Muy seria, sin ceremonias ni cambiar el hostil desdén con el que me habías tratado desde hacía meses, te levantaste a vestirte y dijiste que era hora de que me fuera y me miraste con extrema dureza esperando que cumpliera lo que no era un deseo sino una orden. Sonreí. Cuadraba con toda la escena. Era lo único coherente, lo único que tenía sentido. Al menos tuve el buen tino de no decirte, en medio del delirio compartido que acabábamos de vivir, que te amaba, que estaba perdida y locamente enamorado de ti, aunque no hay manera de que no te hayas dado cuenta desde antes.
Después, mucho tiempo después, comprendí que también te habías enamorado de mi, pero como eso no estaba en tus planes, montabas en cólera. Eras feliz de ligue en ligue, de acostón en acostón, una verga luego de otra, hola y adiós, lo que te gustaba eran las relaciones superficiales, de plástico, dicho por ti misma. No querías ni necesitabas enamorarte y menos de un pelagatos como yo. Pero sucedió. A partir de ese instante, ninguno de los dos supo qué hacer, ninguno quiso retroceder pero tampoco supimos avanzar; tu cuantiosa fortuna me agobiaba y mi falta ...