El señor taxista (01)
Fecha: 17/11/2024,
Categorías:
Hetero
Autor: Jcasf, Fuente: CuentoRelatos
La llovizna se intensificó, dificultando la vista de mi próximo cliente. Esta vez era una dama, parecía tambalearse y dudé en detenerme a subirla a bordo. Quienes han trabajado como taxistas me comprenderán, pues el llevar a un pasajero ebrio es una lotería, puede que termine pagándote más, o que te termine obligando a llevarlo a la estación de policía en medio de la noche, haciéndote perder valioso tiempo. Como sea, el verla sola, un tanto mojada y ebria me hizo compadecerme, así que me detuve y bajé la luna.
—Buenas señorita ¿para dónde va? —le pregunté, mirando una de las caritas más angelicales que he podido apreciar en mi vida. Era una chavala de poco más de veinte, tenía un vestido rojo de infarto que acentuaba muy bien el tono de su piel, se agachó un poco para ponerse a la altura de la ventana.
—Solo sáqueme de aquí por favor —me contestó.
No era lluvia lo que resbalaba por sus mejillas, esa joven estaba llorando. No pregunté más y saqué el seguro de la puerta, ella abrió y se subió en el asiento de atrás. Casi de inmediato se llevó ambas manos a la cara y se puso a llorar desconsoladamente. Avancé lentamente, la avenida estaba desierta, pues ya estaba muy avanzada la noche, la dejé llorar por un buen tramo, hasta que sentí que se calmó un poco y me animé a volver a hablarle.
—Tranquila amiga, ya no llore, para todo problema hay una solución.
—¡No quiero su lástima! —me contestó casi gritando.
—Bien… —dije conciliador, pues tenía una tigresa en el ...
... vehículo— pero necesito saber hacia dónde llevarla.
Cruzamos miradas en el espejo retrovisor, y esos ojos ¡oh, Dios! Esos ojos, pese a estar hinchados y enrojecidos me parecieron los más sensuales que he conocido. Ninguno de los dos apartó la vista, finalmente ella pareció darse cuenta de que yo esperaba una respuesta y volvió a ponerse a llorar.
La dejé estar así, por un rato más, el encanto fue desvaneciéndose y decidí enrumbar a un parque cercano, para estacionarme y poder dialogar tranquilo con mi cliente, tampoco quería que me malogre lo que quedaba de trabajo por la noche, pues el dinero siempre hacía falta y mi caridad tenía un límite.
Llegué a un parque conocido por los taxistas debido a que algunos puestos de comida rápida atienden toda la noche, así que bajé y compré dos hamburguesas con dos refrescos, pese a la llovizna era una noche cálida. Regresé al vehículo y abrí con cuidado la puerta de atrás. Ella seguía llorando.
—Niña come algo —le acerqué la comida— te hará bien, ya verás.
Asintió y luego de limpiarse con una toallita húmeda se sentó de costado sacando las piernas del vehículo, como para no darme la espalda mientras yo mantenía la puerta abierta. La cadera y el ancho de sus piernas tenían tal balance y perfección que no pude apartar la vista a tiempo de que ella se percatara de mi lujuriosa mirada. Pero no me reprochó nada, se acercó la hamburguesa y le dio un bocado. Ella tenía un curioso olor a ron, alcohol dulce y algo afrutado, de seguro ...