Mi odiosa madrastra, capítulo 8
Fecha: 09/01/2025,
Categorías:
Hetero
Autor: dickson33, Fuente: RelatosEróticos
... como mucho, había pasado una hora. Pero ese no era el problema. El problema era que Nadia seguía encima de mí. Su mano izquierda metida dentro de mi remera, sus tetas apretándose en mi hombro, y su pierna flexionada incluso más cerca de mi verga de lo que había estado.
Había imaginado que abandonaría mi alcoba una vez que estuviera segura de haber conseguido que me durmiera. Y probablemente esa era su idea, pero la tonta se había quedado dormida a mi lado. También noté, apesadumbrado, que aquello que pude evitar mientras estuve despierto, no logré controlar en el mundo onírico: Tenía una tremenda erección, de esas que se suelen tener a primera hora de la mañana, y que son muy difícil de hacer que se bajen.
— La reputísima madre que me re mil parió —dije en medio de la oscuridad.
Nadia largaba el aire de su nariz en mi cuello. Supuse que había sido eso lo que me había despertado, pues me generaba cosquillas. Pensé en despertarla, y decirle que ya se podía ir a su habitación. Pero eso sería grosero, teniendo en cuenta que ella había ido a hacer las paces después de que yo la había tratado de traicionera. Además, si se despertaba, era muy probable que hiciera un movimiento y notara mi potente erección. No sería la primera vez que lo haría, pero que lo hiciera a través del tacto, se me antojaba algo muy violento.
Así que lo primero que debía lograr era hacer que la rigidez de mi verga desapareciera. Pero pasó un minuto, dos, cinco, y seguía tan dura como una piedra. ...
... Incluso parecía endurecerse más cada vez que mi mente le daba la orden de ablandarse. Como si una corriente de sangre fluyera con fuerza y le hiciera dar un salto a mi miembro.
Era realmente una situación incómoda. El cuerpo de mi madrastra y el mío estaban como enredados. Parecían un solo cuerpo. En medio de la oscuridad no podría diferenciarse dónde terminaba Nadia y dónde comenzaba yo.
Lo ideal hubiese sido que ella misma se despertara. Pero de nuevo, mi verga excitada quedaría expuesta ante cualquier movimiento. Intenté librarme de la pierna que estaba encima de las mías, la cual representaba la mayor dificultad para separarme de ella. Pero esto resultó ser un fatal error, porque cuando lo hice, se aferró más a mí, ahora apretándome con fuerza de tenaza, y para colmo, su pierna se flexionó más, y su rodilla quedó a centímetros de descubrir mi calentura.
Y entonces se me ocurrió algo que, para una mente que en ese momento no estaba funcionando al cien por ciento —tanto por la enfermedad que padecía como por lo inusual de la situación—, pareció ser una buena idea. Después de todo, sí había una manera de que la erección menguase.
Llevé mi mano hasta la altura de la cintura, procurando no tocar la mano de mi madrastra, que ahora reposaba en mi barriga. La metí adentro del pantalón, corrí el elástico de la ropa interior, y entonces mis dedos se encontraron con el glande, hinchado, duro y palpitante. Lo froté con las yemas de mis dedos. Ya había soltado presemen. La ...