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Mereces un castigo
Fecha: 26/02/2025, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... soltado el pelo ni un momento. —Límpiala —le ordené. Sin dudarlo se metió mi polla en la boca y chupó como si su vida dependiese de ello hasta que yo mismo la detuve. Me aparté un par de pasos y la miré desde arriba. —Así va a ser tu vida desde ahora —le dije con calma—. Tú decides si lo quieres o no. Tu maleta sigue en la puerta. Eres libre de elegir. Yo me voy a acostar. Si decides quedarte, dormirás a los pies de la cama. Si tienes frío, ya sabes donde hay mantas. Buenas noches. —Buenas noches, amo. —Una pregunta —me asaltó la duda cuando iba a marcharme—. ¿Te has corrido? Me importa una mierda que lo hayas hecho o no, pero quiero saberlo. Sé sincera. —Sí, amo. Mientras me follabas. Perdón por hacerlo sin permiso —confesó con la cabeza gacha. —¿Y te gustó? —Sí, amo. Mucho. —Bien. Me alegro —dije sin pensar. Me di cuenta tarde, pero había arrancado un tímido asomo de sonrisa en su rostro. No dije nada más. En silencio me marché dejándola tirada en el salón. Me acosté pero no lograba conciliar el sueño. No me reconocía en lo que acababa de suceder y dudaba si deseaba que viniese a dormir o prefería que se fuese. ¿Había sido una buena idea someterla como una esclava para que se quedase? Dos minutos después la puerta se abrió en silencio. Me hice el dormido, pero en realidad estaba en tensión. En cierto modo temía que me atacase para vengarse de la humillación sufrida. Sentí como tímidamente me besaba los pies por encima de la colcha y después ...
... se acostaba en la alfombra cubierta por una manta. No pude evitar sonreír. Cuando desperté, Bea ya no estaba sobre la alfombra. En cambio un agradable aroma a café llegaba desde la cocina. Me desperecé sobre la cama y salí decidido a darme una ducha. Lo sucedido el día anterior no se iba de mi cabeza pero la ducha me ayudó a tranquilizarme. Todavía no era muy consciente de que tenía una esclava a mi disposición para maltratarla como me viniese en gana. Pero me costaba asimilarlo. No acababa de ver a Bea como mi esclava, a fin de cuentas aunque la odiase todavía seguía enamorado de ella. Además recordarla dispuesta a poner la mano sobre la cocina encendida por no separarse de mí me ablandó un tanto el corazón. ¿Debía perdonar su infidelidad? No era capaz. Me sentía humillado por ella. Debía devolverle el daño que me había causado, aunque en el fondo estaba convencido de que me sentiría mejor devolviendo cariño y comprensión. Entré en la cocina y allí estaba de rodillas en el suelo. Seguramente me había oído y se apresuró a humillarse por miedo al castigo. —Buenos días, perra. —Buenos días, amo —saludó obediente. —No recuerdo haberte ordenado que me preparases el desayuno. —Pensé que te gustaría, amo. —Ven aquí —ella se acercó a gatas y cuando estuvo a mi lado le acaricié la cabeza. Noté como al contacto de mi mano se estremeció como si tuviese miedo de un golpe—. Bien pensado. Perrita buena. Tal como esperaba, sobre la mesa había un solo cubierto. ...