Costa del Sol
Fecha: 04/08/2017,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos
... orilla divisé a dos hombres que miraban fijamente hacia abajo frotándose las manos; me acerqué hasta allí. Había perdido el sostén durante mi aventura acuática y mis tetas se balanceaban a cada paso dado en la arena, lo que atrajo a algún curioso. Llegué. Silenciosa, sin llamar la atención, me arrastré por la orilla mojada hasta situarme frente al pequeño habitáculo que delimitaban las rocas; y ahí, con la cabeza semisumergida, el agua cubriéndome hasta la boca, vi la escena: Alexandra, completamente desnuda, a gatas, le chupaba la polla a un hombre de barriga prominente, muy peludo, que se mantenía de pie, entre tanto que otro la follaba por el culo, y otro, tumbado de espaldas sobre la arena, con la cabeza entre las piernas del que estaba de pie, subiendo y bajando sus caderas, la iba follando por el coño. La sinfonía de gemidos, suspiros, resuellos y gritos era refractada por las rocas, como un altavoz, y la pude oír en toda su belleza. A Alexandra se la veía motivada. Llegó un momento en que comenzó a recibir semen por todo su cuerpo: en la cara, de aquel al que se la mamaba; en la espalda, del que le daba por atrás; en la barriga y entre sus muslos, del de abajo; en su cabello, de los que estaban arriba, que se habían pajeado a gusto. En cuanto todos terminaron, Alexandra, dignamente, se puso su bikini, se despidió de todos con un ligero gesto de una mano y se metió en el mar, donde se topó conmigo.
Regresamos juntas hasta donde estaban nuestras toallas extendidas. ...
... Pusimos nuestros cuerpos bajo los rayos solares, no sin antes aplicarnos un poco de crema de protección. Dos malagueños jóvenes, de nuestra edad, se pararon frente a nosotras, ofreciéndose a extendernos la pomada por la espalda, y le dijimos que sí; son gente abierta la de aquí: hablamos de casi todo durante el tiempo que nos hicieron compañía. Luego nos dieron sus números de teléfono y se marcharon.
Empezaba a apretar el sol y, además, empezamos a tener hambre con tanto ajetreo. Así que pensamos en ir a algún merendero cercano a saborear los famosos espetos de sardinas, que son la especialidad de la tierra: se trata de vulgares sardinas asadas a la brasa, sólo que las hacen ensartándolas, de cinco en cinco o de seis en seis, en una caña. Llegamos y nos sentamos. Enseguida fuimos atendidas: pedimos dos cervezas y cuatro espetos. "¡Pepe!", gritó el camarero en dirección a donde estaban las brasas, "¡que sean cuatro!"; "¡Va, Miguel!", respondió el espetero. Este era un treintañero, guapo, musculoso y peludo, que, por cierto, no me quitaba ojo. "Alexandra, voy a ver cómo asan las sardinas", dije a mi amiga; "Te espero, Sofía". Y me levanté.
Pepe estaba empalando sardinas cuando llegué. Lo hacía de manera habilidosa y rápida. "Oye, ¡qué bien se te da!", solté. Me miró sorprendido. Seguramente no esperaba que me acercase hasta allí, tan cerca del fuego. "Sí, llevo años haciendo esto", dijo; "¿Me enseñas?", le pregunté; "Sí, claro, ven". Tuve que rodear la pequeña barca llena ...