Perdí la virginidad con mi hermano gemelo
Fecha: 10/05/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Martina Paz, Fuente: CuentoRelatos
Lo miré a los ojos con la intensidad con la que se mira aquello que más se anhela, mientras una de mis manos le acariciaba el rostro y la otra bajaba lentamente hacia su pija. Su sorpresa era tan grande como mis deseos de fundirme de una vez por todas en un solo ser. Seria hipócrita de mi parte no admitir que fueron incontables las noches en las que soñé con que mi hermano me hacía suya. Porque sí, entiendo que ese concepto de “hacerla mía”, como suelen decir los hombres, es algo bastante anticuado. Pero yo de verdad quería ser de él, completamente, en cuerpo y en alma. Y esa noche estaba dispuesta a todo, por eso mi mano no se detuvo hasta sentir la dureza de esa pija con la que tantas noches había fantaseado. Él quiso decir algo. Algo que, intuyo, no me hubiese gustado. Por eso preferí no arriesgarme y asesiné a sus palabras uniendo mis labios con los suyos. En el preciso instante en el que nos besamos, ya no hubo vuelta atrás.
Manuel y yo somos gemelos. Desde el minuto cero se me hizo complicado el paso por este mundo, y lo demostré negándome rotundamente a habitarlo. Pero bueno, después, algunas cosas mejoraron. Y estoy convencida de que fue gracias a él. Siempre fui su protegida, una pequeña y graciosa extensión de su cuerpo que se desvivía por complacerlo y hacerlo sentir bien. Él me devolvía esa actitud con cariño, con protección, con anteponerme y defenderme siempre. Siempre. Esa fue la palabra que desencadenó lo que te cuento hoy. No sé si llegué a pensarlo, pero ...
... creo que siempre di por aludido el hecho de que siempre estaríamos juntos, de que nada ni nadie se interpondría en nuestra relación. Y con “relación”, no me refiero más que al vínculo de gemelos. Pero una tarde demasiado igual a las demás, algo cambió totalmente, poniendo sobre la mesa la posibilidad de que ese “siempre” tuviese un final.
Manuel acabó con el beso de manera abrupta, casi violenta, poniendo una mano sobre mi pecho y alejándome de él. Fue la primera vez en dieciocho años que sentí su rechazo. Fue como si su mano fuese un puñal incrustándose lenta y desgarradoramente en mi corazón. Mi primera reacción fue devolverle el empujón y decirle:
─ ¿Qué te pasa?”.
Él me miró con una mueca extraña, que rozaba el espanto. Más que enojado, parecía sorprendido.
─ ¿En serio me preguntas qué me pasa?
Ante mi silencio, continuó:
─ ¿Te parece normal lo que acabas de hacer?
─Me parece anormal que hayamos esperado tanto para hacerlo ─respondí con naturalidad y total franqueza─ Yo te amo.
─Yo también te amo, Martina. Pero no así. No para hacer estas cosas. Esto no está bien.
Estaba nervioso. No podía mantener sus ojos en los míos. Me acerqué y lo tomé de las manos. Temblaba tanto como yo, lo que no supe si interpretar como algo bueno o malo.
─Mírame, soy yo. ¿Acaso necesitas algo más para ser feliz?
El movimiento de su rostro me demostró que comprendió perfectamente lo que le estaba diciendo.
La posibilidad de que ese “para siempre” tuviese final ...