1. Dos sumisos y un perro


    Fecha: 21/05/2025, Categorías: Dominación / BDSM Autor: DominAma, Fuente: CuentoRelatos

    ... mientras le decías:
    
    “Querías ser mi sumiso, ¿no?. Pues aprende a bajar la cabeciña y a asumir tu condición. Tu humillación es mi placer, y eso es lo único que debería importarte… no las veces que folles conmigo. Siempre te he visto venir. Eres un jugador, no un sumiso… pero ya que hoy eres tú mi sumiso suplente voy a usarte como tal, y de paso voy a darte una lección que no olvidarás fácilmente”.
    
    Y te giraste enérgicamente para colocar tu strap con el dildo negro, el más grande y grueso. En broma lo llamamos “el destructor”. Te acercaste con “el destructor” calzado en tus caderas y agarrándole del collar le hiciste levantar el cuello, para inmediatamente metérselo en la boca. No le cabía. Es muy grueso, pero igualmente le hiciste que lo lubricara con la boca mientras decías:
    
    “Más te vale que seas capaz de lubricarlo, porque tal cual lo saque de tu boca voy a follarte con él. Y si no está muy lubricado lo vas a sentir. Vamos, traga, puta”.
    
    Y después de provocarle varias arcadas te giraste para colocarte detrás de José, al que pediste que sacara el culo por un extremo del sofá para quedar expuesto. Cuando lo tuviste en posición me llamaste con una seña. Me acerqué a tus pies y me quedé mirando. Te agachaste un poco y me susurraste:
    
    “Te lo dedico, mi amor”.
    
    E inmediatamente tu strap empezó a intentar abrirse paso atravesando el culo de José, que no paraba de moverse y de gemir, emitiendo todo tipo de quejidos. Yo te miraba y conociéndote como te conozco, ...
    ... estaba segura que esa actitud estaba acabando con tu paciencia, y efectivamente debió ser así, porque dejaste de empujar con “el destructor” y le pediste a Luis que te trajera las cuerdas rojas que tenías perfectamente enrolladas.
    
    Hiciste a José bajar del sofá. Te miraba con ojos de pánico, pero tú ni siquiera le mirabas. Le hiciste colocarse de pie junto a uno de los extremos de la mesa del salón. Le ataste los tobillos a las patas de la mesa y le ordenaste que apoyara su pecho en la mesa, estirando los brazos hacia las patas contrarias. Ataste sus muñecas a las patas, y después de asegurar que no podía mover ni piernas ni brazos, hiciste que su tronco quedara completamente inmovilizado contra la mesa. También le pusiste una mordaza y ataste su cabeza, de modo que estaba completamente inmóvil. Conozco bien esa sensación, porque me habías atado en esa mesa cientos de veces. Pero por suerte nunca te había visto con la expresión tan enfurecida, ni con tanta determinación. Tu lenguaje corporal indicaba que tenías un buen cabreo. Pensé en José y estuve seguro que sería la última vez que vería su cara. Te colocaste detrás y escupiendo en su culo, hiciste que “el destructor” fuera abriéndose paso hasta desaparecer por completo en su culo.
    
    Se escuchaban los gemidos de José, así como sus gritos ahogados por la mordaza, pero no te importó lo más mínimo. Comenzaste a follártelo duro, fuerte, rápido. Estabas empujando tan fuerte que el extremo contrario de la mesa terminó golpeando ...