Mi harem familiar (6)
Fecha: 14/06/2025,
Categorías:
Grandes Relatos,
Autor: WadeHolden, Fuente: CuentoRelatos
Por la mañana nos fuimos directo a Las Dunas, al mismo sitio. No más llegar, la señora se despelotó, aún antes de revisar si no había nadie por los alrededores. Fue bajarse de la moto, quitarse los zapatos y el vestido–pantalón que llevaba y zazan. No llevaba nada debajo. Entonces se me quedó mirando, mientras yo escudriñaba, centímetro a centímetro su maravillosa anatomía.
- ¿Y tú, esperas a alguien? No te veo decidido. Habíamos quedado que lo hacíamos los dos.
- ¿Haa? Si, claro, ya voy. Te estaba admirando. La verdad, no me canso de deleitarme con tu belleza. Tienes un cuerpo que ya hubiera querido tener un escultor como Miguel Ángel, para modelo. Claro, él era maricón, solo lo hubiera utilizado de modelo. Pero yo no esculpo, solo me doy gusto, por los momentos.
- Salido, vamos, despierta ya y ponme bronceador por todo el cuerpo, si es que te atreves… Quiero broncearme toda, sin marcas. Deja de temblar y pon manos a la obra, que para luego es tarde. – mientras tanto, yo me quitaba el bermuda y la trusa de natación, cuando de pronto – ¡Madre mía, esa culebra es enorme, Dios mío…
Como pude traté de taparme con las manos, pero ni modo, por lo tanto, para cambiar el tema, me dediqué a esa ardua labor de ponerle el bronceador. Nunca había tenido para mis manos todo ese cuerpo, a veces su espalda y piernas, alguna que otra vez le di, además de bronceador, un baño de crema posterior a la ducha. Ayer, sus tetas. Pero no todo su cuerpo a mi disposición. Se los juro que ...
... fue apoteósico. Me mareé. Pero lo disfruté como un macaco. Cuando terminé de untar bronceador hasta por su pubis y nalgas, amén de sus tetas, tuve que recuperar mi respiración, porque estaba hiperventilando. Y mi anaconda se hallaba en estado de choque. Ya no podía más. Luego ella me devolvió la labor, con esmero, como buena madre, salvo mis partes íntimas, que la señora se negó a tocar ¿por pudor o por miedo? y nos fuimos al agua. Ni siquiera lo frío del mar, que recibía la corriente proveniente del norte y estábamos ya en solsticio de invierno, pudo calmar mi calentura. Durante dos horas, que para mí parecieron diez, Sugey y yo jugueteamos corriendo olas o caminamos tomados de la mano, tonteamos, conversamos y nos sentábamos sobre las toallas a vernos a los ojos, un deporte que últimamente practicábamos de corrido. De pronto:
- Mi amor, yo te veo así, con eso tan tieso, duro, desde que llegamos. Anoche tampoco se te bajó ni por un momento, no puedes seguir así, te puede dar una cojonera y eso es muy doloroso, a ver, déjame... – y de seguidas, empuñó el mástil con su diestra y empezó a acariciármela, con mucho mimo y cara de chica traviesa, muy traviesa.
Poco a poco fue aumentando el ritmo, hasta hacerme una paja descomunal, como nunca nadie me había realizado, ni remotamente. Me miraba a los ojos y ponía su boquita como la de una bebita y se relamía. Metía dos dedos en su vagina, disimuladamente y con sus humores luego embadurnaba mi barra, para hacerlo con lubricación ...