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lengua amarga
Fecha: 07/11/2018, Categorías: Dominación / BDSM Autor: wastedLalo, Fuente: SexoSinTabues
Oigo el cadencioso repiqueteo de unos tacones. Puedo distinguir por el ritmo de quien se trata. Luisa , la guardiana, se da cuenta de mi excitación, se me acerca y me atiza un latigazo en la espalda. Gimo y hundo la cara entre sus botas. —Tranquilo, Wiz, tranquilo… cálmate. A la señora no le gusta verte tan excitado – me dice Anabela. El olor a cuero y el latigazo me tranquilizan de inmediato. Luisa se aleja dejándome en el suelo. Tengo frío. Aquí abajo siempre hace frío y tenemos que estar siempre desnudos. El taconeo se ha detenido. Luisa abre la puerta y regresa al interior de las celdas. Rezo para que entre en la mía y mis pregarias son escuchadas. Anabela me ciñe la correa al collar y tira con fuerza. La sigo. Abandonamos el sótano y veo los pies de la señora. Llegamos hasta donde se halla y dejo de gatear. Ahora puedo ver sus zapatos brillantes. Son negros, de salón, clásicos. No lleva medias lo cual me deja al borde del coma. No puedo besarle los pies hasta que ella me autorice. A veces me aventuro a refregar mi cara contra sus piernas y si está de buen humor me lo consiente pero no puedo besarle los pies, mi mayor deseo, si ella no me autoriza. Puedo pedírselo sin hablar, gimiendo mientras doy vueltas a su alrededor pero no siempre me lo permite. Tanto ella como su hija se divierten llevándome al máximo de mi excitación. Espero que me dé permiso para dar ni que sea un lengüetazo a sus zapatos pero de repente siento un tirón en el cuello y ella echa a andar. La sigo ...
... a cuatro patas, intentando ganar el terreno que me ha tomado en la salida y evitar así los dolorosos tirones en el cuello. Subimos por la escalera que comunica el sótano con la casa. Es difícil subir los empinados escalones a gatas. Debo andarme con cuidado para evitar que me pise la mano derecha. Siempre debo caminar con mi brazo derecho pegado a su pierna izquierda lo cual significa que al menor descuido siento una intensa punzada de dolor si me pisa con el tacón de su zapato. Llegamos al salón donde desemboca la escalera. La señora toma asiento frente a su secreter. Al parecer tiene correspondencia que contestar y me hace una señal con su índice extendido señalando el suelo. Conozco las reglas y todas las señas y me tiendo de espaldas en el suelo, con las piernas recogidas y los muslos separados. Mis manos cuelgan fláccidas en el extremo de mis brazos extendidos. La postura de la cucaracha o de la tortuga, la llaman ellas por la semejanza de estos bichos cuando tienen la desgracia de quedar panza arriba. Mi pene y mis testículos están ahora a su disposición. La señora dobla un papel y lo mete en un sobre. Me acerca el extremo de la solapa para que la humedezca con mi lengua y luego la cierra. La señora se descalza uno de los zapatos y lo coloca sobre mi pecho. No puede caer. Su equilibrio es bastante inestable pero no debo permitir que el zapato vuelque. Para que su pie no toque el frío mármol bajo una de mis manos al suelo, y ella apoya su cálida planta sobre la palma ...