Vidrieras de la catedral
Fecha: 17/08/2025,
Categorías:
Confesiones
Autor: quemiedo, Fuente: CuentoRelatos
Viernes por la tarde otoñal, un día gomoso, triste, aburrido y gris. Una tarde desaprovechada, un día perdido. Estaba en la plaza de mi pueblo, acababa de tomar café y dándole vueltas a la cabeza recordé que en el maletero del coche tenía una maletita con la ropa justa para un fin de semana. Ni triste ni perezoso fui hasta el coche y a la carretera. No tenía conciencia de dónde ir y tampoco que hacer, pero me parecía importante que ante el desánimo y el aburrimiento hay que dar un paso adelante. Salí a la carretera, fui siguiendo indicadores que me parecían prometedores hasta llegar a León. Por el camino en un área de servicio busqué una habitación, llené el depósito y carretera y manta.
Cuando llegué a León el día anunciaba su final, el cielo era gris plomizo con nubes amenazantes, vamos lo que vienen siendo los ingredientes de la tristeza. Hasta el céntrico hotel, dejé mis cosas, saliendo a estirar las piernas e hincar el diente que el estómago daba síntomas de protesta. Entré en varios tascos, tomé algunas tapas, unos vinos que entonaron mi cuerpo y el espíritu. Ya veía las cosas de otra manera. Pero los ojos anunciaban mi cansancio de los dos días anteriores de mucho trabajar y poco dormir, me estaban pasaban factura, pues a la cama y mañana será otro día.
Por la mañana me dediqué a pasear por la calle Ancha y avenida del Ordoño, la visita obligada que es la catedral, debería haberla puesto con mayúsculas. Debajo de esas bóvedas, las crucerías. Abobado viendo ...
... vidrieras pasé dos aprovechadas horas, erotismo del saber y del conocimiento. Esos colores, esas estructuras ayudan a entender la belleza, las rectas y las curvas imposibles. Así que habíamos hecho ganas de comer algo y me encaminé al sublime barrio húmedo. Soy mucho de picar aquí y allí, probando vinos, viendo a la gente, escuchando. Es uno de mis vicios, como indio en la pradera.
Entré a una tasca pedí un crianza y un plato de pimientos que me dieron al ojo, asegurándome que picaban. Soy muy de picante. Salí con la vajilla a la calle, para seguir mirando, y como pude me acomodé en una barrica, al lado de una chica que estaba de espaldas que se estaba metiendo entre pecho y espalda un trozo de morcilla, decorada por una tira de pimiento que supuse también picaría, en caso contrario dónde está la gracia. Al dejar el vaso en el tonel ella diose la vuelta.
Bueno, bueno, bueno qué belleza de mujer. Me impresionó ver esos ojos maquillados perfectamente en negro, resaltando su propia luz, la cara era perfecta enmarcada por unos pendientes grandes muy llamativos. Ella tenía la mirada en el plato, y ni tan siquiera me miró. Es lo normal teniendo en cuenta que estoy evolucionando al llamado cuerpo de escombro, a la indiferencia de las miradas ni en mujeres de cierta edad, de las jóvenes mejor no hablamos.
La mujer de los cuarenta y pocos estaba tirando del pellejo de la morcilla que se le resistía, mientras mascullaba difícil de entender.
- ¡Cojones, como pica el puto ...