1. Con las manos en... el juguete


    Fecha: 28/08/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Orpherius, Fuente: CuentoRelatos

    Aprovechando que sus hijos pasaban varias semanas del mes de agosto en un campamento de verano en El Robledal, organizado por la agrupación Cruz Roja Juventud, y que su marido iba a estar en viaje de negocios durante unos días en Córdoba, Merche decidió prolongar la charla que habíamos tenido durante la tarde en el Parque García Lorca y quedarse a pasar la noche en mi casa. Nos despedíamos a la salida del parque:
    
    ―¿Te parece bien a las siete? ―me pregunta.
    
    ―Claro, cuando quieras. A mi mujer y a mis nueve hijos les parecerá bien cualquier hora ―le contesto yo riéndome y haciéndole ver lo innecesario de su precisión. Yo vivía solo.
    
    ―Qué simpático eres. No hace falta que te burles ―me dice tratando de parecer enojada. Yo sabía que estaba excitada, como una jovencita que se prepara para un baile de fin de curso. No quise preguntárselo, pero estaba bastante convencido de que no había hecho esto antes―. Venga, sobre las siete estoy en tu casa―sigue diciendo―. Al final, ¿en qué hemos quedado? ¿Llevo Los puentes de Madison?
    
    Habíamos elegido esta película para pasar la tarde. Ambos ya la habíamos visto. A ella le encantaban esas historias en las que la mujer tenía un papel predominante, donde hacía valer sus derechos y donde, de algún modo, lograba desprenderse de ciertas ataduras y abandonar ese rol de sumisión que se le suele asignar al lado del esposo.
    
    Esta era la faceta «feminista» de su personalidad, pero tenía otra casi contrapuesta: su carácter servicial y ...
    ... entregado al hombre, o, como ella decía, al objeto de su amor. De hecho, una de sus películas preferidas era Memorias de África, donde la protagonista era una mujer «guerrera». Sin embargo, adoraba esa escena en la que la heroína, Karen Blixen, se encuentra a su amante, Denys Finch-Hatton, en la terraza de su casa, dormido en una butaca de mimbre y sujetando un vaso de whisky en su mano. Karen se acerca, retira el vaso, coloca otra butaca a su lado y se queda junto a él, embelesada, viéndole dormir. El nirvana.
    
    ―Vale. No hace falta que traigas el pijama, que hace mucho calor ―le digo, picándola.
    
    ―Muy gracioso ―me dice riendo, con la miel en los labios―. Nos vemos después.
    
    Eran ya las ocho y pico y yo me encontraba en el salón, sentado en el sillón individual del tresillo, esperando a que regresara de «prepararse». Yo me había puesto un pantalón largo de pijama de cuadros y una camisa blanca. Mientras hacía tiempo mirando algo en la tele, me excitaba imaginándome su nerviosismo en ese momento, decidiendo qué ponerse para pasar estas horas conmigo viendo a Clint Eastwood enrollándose con Meryl Streep.
    
    Aunque estuviera vestida, pasar una noche en una casa que no era la suya, con un chico que no era su marido, su tío o su hermano, la debía hacer sentir poco menos que desnuda. Yo había sido capaz de ver su turbación en otras ocasiones que había venido a tomar un simple café o a ver algún arreglo que había añadido yo en la decoración. Se sentía relativamente incómoda, como en ...
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