Con las manos en... el juguete
Fecha: 28/08/2025,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Orpherius, Fuente: CuentoRelatos
... un lugar en el que «no debía estar».
Se había demorado mucho tiempo acicalándose en el baño y, ahora, cambiándose en el cuarto que yo le había dejado para pasar la noche. Era mi habitación. Yo dormiría en la del fondo, donde se acumulaba algún trasto que otro. De repente, aparece por el umbral de la puerta.
―Hombre, por fin, ¡lo has conseguido! ―le digo burlándome, arrastrando las palabras―. Las palomitas han cogido moho. ¿Hacemos nuevas?
―No me des mucha caña, ¿vale, listito? ―me dice con retintín.
Chincharnos era algo habitual entre los dos. Nos conocíamos desde hacía muchos años, y a menudo yo solía incidirle en esos detalles de su educación que sacaban a flote su pudor y su vergüenza, como cuando le decía que «no creo que sea correcto que lleves tanto escote», que qué iba a pensar su madre.
En otra ocasión, tomando un café en una terraza, en medio de la conversación, me suelta: «córtate un poco, mi niño». Por lo visto, llevaba un rato mirándole demasiado fijamente a los labios, los cuales se había pintado ese día de un color pardo con mucho brillo. Yo, en realidad, no le veía mayor problema, así que le pregunté por curiosidad:
―Oye, ¿es que tú no miras nunca a los labios?
―Pues claro que miro, pero las mujeres logramos que los tíos no se den cuenta ―me respondió de un tirón.
―Toma, esa sí que es buena. Pues sí que deben hacerlo bien, porque yo no te he pillado ni una vez. Pero, a todo esto, ¿qué hay de malo en mirar a los labios?
―Pues... ―y ...
... antes de hablar se da cuenta de que va a pronunciar una de esas frases que despiertan su propio asombro―: Que no está bien ―y se echa la mano a la boca, negando con la cabeza y mordiéndose los labios―. Me enseñaron que no era correcto mirar a los labios ―termina de decir, riéndose. ¿Cómo no iba yo a excitarme con estas perlas eróticas?
Entra tímidamente en el salón, con la cabeza gacha, visiblemente incómoda y con una ligera mancha rosada en sus mofletes. Va descalza. Se ha puesto un pijama de seda completo, color beis: camisa de manga corta, abrochada con botones hasta bastante arriba, y pantalón largo.
Avanza por el salón, cruza por delante de mí, con paso rápido, se dirige aturullada hacia el sofá del tresillo, trastabillándose un poco cuando sortea la mesa de centro, y se sienta recogiendo las piernas y ocultándolas bajo un cojín. Lleva las uñas pintadas de color vino tinto, cosa que no suele hacer. Se ha recogido el pelo con unas pinzas que imitan al nácar. Se recuesta contra el apoyabrazos del sofá, con movimientos bruscos, y acomoda otro cojín detrás de su espalda
―Vaya modelito, ¿eh? ―le digo, prolongando todavía un poco más mis chanzas.
―Si no dices nada, revientas, vamos ―me responde «indignada».
―Vale, tranquila, Naomi Campbell ―le digo, reprimiendo mis carcajadas―, ya te dejo en paz. Bueno, ¿qué?, ¿la ponemos?
―Venga, y así te callas un poquito ―me dice, remarcando cada palabra, picada, siguiéndome el juego.
Y así, sin más preámbulos, nos ponemos ...