Mejorando en el trabajo
Fecha: 12/11/2018,
Categorías:
Infidelidad
Autor: MarcoBueno, Fuente: CuentoRelatos
Mi nombre es Mariana X, tengo 27 años, estoy muy muy cerca de los 28. Me considero una chica normal, estoy casada y tengo una hija que ya tiene 5 años.
En mayo del año pasado (2015), conseguí un trabajo a través de un amigo que conocía al dueño, es una empresa mediana, en principio el puesto era administrativa básica. La idea era: hacer fotocopias, ir al banco, hacer llamadas por teléfono (hasta ahí me dijeron), pero también incluye mentir por el jefe, un poco recepcionista, la chica que hace el café, compra los regalos a las mujeres, manda cartas de felicitaciones a los clientes, prepara muestras, etc.
La empresa se dedica a la importación de productos (no importa cuales). La verdad que el sueldo no estaba mal, mi jefe directo es joven y divertido supongamos que se llama Juan Carlos, el padre era el dueño y era un poco más conservador, pero súper amable y respetuoso.
Con Juan Carlos hubo química enseguida, y nos hacemos chistes, no es súper agraciado, pero es como decía muy atrevido, gracioso, etc.
Cerca de diciembre, cada dos años se renuevan unos contratos de distribución de los productos y en general viene el dueño o el CEO de la Latinoamérica a negociar cosas, que mucha idea no tengo.
Las últimas semanas de noviembre había sido un correr constante para acomodar todo y dejar todo lindo, comprábamos adornos, pintamos las oficinas, la verdad que trabaje súper contenta, porque se apoyaron en mi gusto. El último día antes de que llegara, supongamos que ...
... Samuel, el dueño me dijo muy serio:
—Mariana, hiciste un excelente trabajo. Dependemos de vos para seguir dándole estilo. —hizo una pausa como buscando las palabras correctas y siguió— No quiero que me mal interpretes, sos una chica muy bonita y siempre vestís muy elegante, pero quiero que mantengas esa línea mañana, sos nuestra carta de presentación —me miraba fijo esperando una respuesta y yo solo atinaba a una sonrisa— ¿me entendés? —me preguntó.
—Sí, señor, si lo entiendo —le dije balbuceando. Me agarró el brazo con un gesto que intentó ser fraternal, pero fue solo torpe. La verdad es que no había entendido bien, bien… porque jamás me había dicho algo así.
Esa tarde me fui a comprar ropa, quería estar perfecta. Compré un pantalón de vestir negro, y una camisa blanca semitransparente, un pañuelo y una pollera de tablones, no sé cómo se llaman. El resto sabía que tenía.
Para el tenor de la historia no voy a mentir, conocía mis virtudes. Soy más bien bajita (1.65), estoy bien formada, no soy gorda, pero tengo musculatura, hice mucho deporte de joven, jugaba al hockey y casi me hago profesional por lo que tengo mucha cola e intento mantenerme en forma, de pechos más tranquila, pero me los han elogiado. Entonces sé que con zapatos me estilizan y se me destacan las piernas. Después todo normal, tengo el pelo castaño oscuro, con muchos bucles, soy de tez blanca y ojos marrones y grandes.
El día que llegó Samuel era un miércoles, ese día me puse el pantalón. Mi marido, ...